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El Telégrafo
Xavier Lasso

Pandilleros

13 de marzo de 2018 - 00:00

De tanto trabajar enfrentando a ellos, y muchas veces con ellos, como cuando los grupos delincuenciales han sido infiltrados para intentar desbaratarlos, todo acaba contaminándose. Policías, funcionarios y delincuentes terminan usando prácticas parecidas, hasta sin  darse cuenta, tanto que uno ya no sabe a qué lado se ha ido el bien y para dónde se ha deslizado el crimen.

El ministerio de gobierno y policía, y las otras instituciones afines, llámense como se llamen, tienden a ser espacios muy sórdidos y todos terminan usando, en su lenguaje, las mismas inflexiones, los mismos códigos.

La reciente historia, esa que todavía cabe en mi memoria, nos ha traído penosos casos de ministros, como aquel que fugó, brillante, con buena formación en ciencias sociales, de tendencia progre, que ahora vive, y desde hace muchos años, en el exterior; otro muy conocido fue aquel de actitud muy cínica, brazo ejecutor de las políticas de un gobierno de tendencia violenta, sin respeto a los más mínimos principios del derecho humano, ya murió pero dejó una penosa estela. Tendemos a olvidarlos porque nos han avergonzado o indignado.

Hoy, otra vez, esa historia parece debemos escribirla con lodo, mezclada con líquidos del desagüe, olor insoportable, fétido, nauseabundo. Lo más duro, al seguir sus discursos, sus fallidos intentos de defensa, es la sensación de traición a la fe pública. Estaban ahí con cierta cuota de poder para servir a la gente, sobre todo a los desposeídos pero, de vuelta, ellos se han creído que con el poder, y sobre todo su parafernalia, se puede hacer lo que, maldita sea, les place.

Crónica roja lució lo que en el escenario de la política se trató; de plácemes los medios, con imágenes que nos dejan inermes porque de ese discurso, de lo que supuestamente es la política, hemos tenido hasta el cansancio. El “rating” se dispara y entonces todos contentos. Mañana borrón y cuenta nueva, a buscar más escándalos, sin explicaciones, sin contextos, sin algo de historia para al menos intentar otras lecturas, algo que nos permita zafarnos de esos determinismos.

O precisamente de eso se trata: machacados contra el suelo. Pandilleros, politiqueros e instituciones desbaratadas. Desde la otra orilla asoman con cantitos de victoria, en realidad no es más que gran hipocresía con la que pretende hacernos creer que todo empezó hace poquito.

A pesar de la enorme pena y vergüenza no se puede renunciar a la esperanza, porque la gente llana, con principios sólidos, permanece vigilante, exigirá cuentas y volverá a poner las cosas en su lugar. Herida, como en Brasil o Argentina, pero no muerta, está la tendencia. (O)

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