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El Telégrafo

Palabra sagrada y sendero de solitarios

21 de marzo de 2012 - 00:00

He ahí la poesía de cuerpo entero. Las ideas azotándonos de principio a fin. La epifanía de los signos. La música oteando en los confines del mar. La libertad que se deriva del viento. El fantasma del olvido. El laberíntico estallido de palabras y ansiedades. El silbido de pájaros diminutos. El ser mirándose al espejo en la estrechez del tiempo. 

He ahí los versos que se funden en la memoria propia y ajena. La amplitud del cielo pintado con la azulidad de las quimeras. El derroche de los besos en la clarinada de renovados amaneceres. Los cuerpos ajenos ratificando nuestras debilidades. El amor que rehúye a las páginas amarillentas del pasado. La enjundiosa filosofía de la nada. El rutilante criterio ecuménico. Las aguas de la tierra sagrada.

“Solos” es el reciente poemario publicado por Xavier Oquendo Troncoso, con la editorial Mar Abierto, en su colección Almuerzo Desnudo. Este texto es un abrazo entre solitarios, la búsqueda incesante a la otredad, el grito desesperado del sobreviviente que ansía sosiego, la redención del prisionero, el aislamiento desparramándose junto con la indiferencia humana, el misterio del callejón oculto, el hastío que provoca la compañía de la gente.

El hilo conductor de la obra, es, sin duda, la soledad; aquel maleficio que acompaña al hombre por siglos y que se vuelve necesario, a partir del deseo de la intimidad. “El que no esté solo/ que lance la primera piedra/ contra él mismo,/ contra el espejo de su bruma,/ contra su deuda autoimpuesta./ Que se levante y camine,/ que busque un espacio en la muchedumbre…”.

Es, paradójicamente, entre esa multitud en donde se halla la sombra solitaria, la percepción particular del mundo, la sensación de escapatoria ante el bullicio que carcome la ética de los otros. El autor observa el trajinar colectivo en los andenes de un aeropuerto, así como en la estación de un tren. “Así, como la costra de la almendra/ que encierra el fruto en su corteza firme,/ viven los solos,/ separados de su historia,/ de su tiempo, de sus aguas”. 

Oquendo, además, alude a la tenacidad de “los tatarabuelos del mundo”, a la paternidad, esa manera intrínseca de rendirle culto a la reproducción de la vida, desde la duda y la esperanza, desde los temores y las alegrías perdurables. “Los padres buscarán/ en sus hijos las arrugas,/ fabricarán respuestas/ para buscar el camino. […]/ Este es un nuevo espejismo:/ el hijo será una roca/ y el padre tan solo,/ el color de la piedra/ y el viento que hace la piedra. […]/ Porque piedra de padre eres/ y en la piedra donde edificaré mi templo/ te convertirás”.

En “Solos”, de igual forma, se redescubre el recuerdo de los años transcurridos. El frío de la noche y el “mito blanco” de la Luna. Las amistades febriles y las estaciones climáticas que irrumpen en el entorno habitual de los individuos. El legado profético de los bíblicos.

Xavier Oquendo recorre por los intersticios del lenguaje poético con soltura y transparencia intelectual. En su confesión lírica florece el silente sendero humano.

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