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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Páez y la cúpula

12 de febrero de 2016 - 00:00

Lo que debió cuestionarse, desde un principio, fue la adquisición por parte de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) de un terreno para ‘desarrollo inmobiliario’ en 1998. Es decir, por qué nuestras FF.AA. tenían la capacidad de autofinanciarse. No hay nada más peligroso que unas FF.AA. con capacidad de autofinanciamiento, y nuestras FF.AA. lo fueron hasta 2008 (en realidad, eran ‘autofinanciadas’ por Estados Unidos). Es por eso que fueron siempre el voto dirimente en nuestro turbio pasado democrático. Es por eso que se veían como defensores de la Constitución, y no legislados por ella.

Desde el Ejecutivo, el saldo frente a la desmilitarización de la seguridad interna anda en números rojos, pero si algo ha logrado es instaurar, aunque sea parcialmente, la supremacía civil sobre las FF.AA. Es decir, ha logrado situar al alto mando militar debajo de la autoridad civil. Que la Constitución expresamente estipule que las FF.AA. son ‘obedientes y no deliberantes’, es una parte de eso. No es una transición fácil. Las FF.AA. no han obedecido a un civil desde, pues, nunca. Una rueda de prensa manifestando su “obligación legal y moral por defender el patrimonio institucional de las FF.AA.” es una muestra del choque casi epistemológico que esto supone. Está bien que quieran defender su patrimonio; lo que no pueden hacer es confrontar públicamente al poder civil. Son los custodios legales de los medios de violencia. Cualquier muestra de insubordinación, no solo es un atentado contra la autoridad-persona (i.e. el presidente Correa), sino contra la institución democrática. Al final del día, nadie votó por las FF.AA., y sin embargo son un ‘poder’. Pero la posición de las FF.AA., cuestionable por antidemocrática, no se compara con esa carta enviada por Andrés Páez a la nueva cúpula militar, que en el mejor de los casos demuestra profundo desconocimiento, y en el peor demuestra una mentalidad golpista. “[Correa ha] pretendido que los militares sean guardabosques y agentes penitenciarios”. Si Páez se tomara en serio su labor como legislador sabría que las FF.AA. se han convertido en fuerza de apoyo de la Policía Nacional, plagando la seguridad interna. Una posición tan criticable, que Páez encabezó las marchas contra las enmiendas que, precisamente, daban esta potestad constitucional a las FF.AA. “[Correa ha] impulsado un juicio en contra de destacados militares retirados por haber combatido al terrorismo en las oscuras épocas de Alfaro Vive Carajo”. La gran crítica a la Doctrina de Seguridad Nacional fue la transformación de ciudadanos en enemigos. AVC fueron ‘terroristas’, solo porque antes fueron ‘comunistas’. Y el hecho de usar a militares para su detención, atenta contra los derechos del ciudadano, especialmente cuando se utiliza a un militar entrenado para desarticular o matar al enemigo contra la ciudadanía (por más ‘terrorista’ que esta sea).

Pero peor aún sus interpelaciones para una reacción. Se refiere a un desatinado comentario hecho por el Ministro de Defensa, quien llamó “chiflados” a tres excomandantes de las FF.AA. “¿Están ustedes dispuestos a condenar este dislate y defender a la institución como tal, poniendo en su lugar a un mequetrefe?”, escribe Páez. Estas recomendaciones se repiten para el resto de puntos que menciona: “¿Están ustedes dispuestos a tolerar semejante despropósito?”, “¿van a poner a tiempo las cosas en claro?”, etc. Páez se queda corto en señalar los mecanismos que se deben utilizar para lograr todo lo que pregunta. Pero el único mecanismo de negociación que tienen las FF.AA. es, precisamente, la violencia. Es esa amenaza constante que le ha permitido tener los privilegios que han tenido, incluyendo sus pasos por Carondelet. Y Páez lo sabe. O lo debería saber. Es así como el asambleísta Páez no solo dejó de lado la ‘Izquierda’, sino también la parte ‘Democrática’. (O)

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