Desde el siglo XIX las ciudades se relacionaron por medio de trenes. En Ecuador Eloy Alfaro lo inauguró a inicios del siglo XX uniendo Guayaquil y Quito. Al norte de la costa llegó luego el Quito-Ibarra-San Lorenzo. Al sur de la Sierra, nunca. Se quedó en El Tambo. Pésimas carreteras lo remplazaron. La dictadura del triunvirato militar (post-Cuba) trató de llegar a Cuenca e inaugurarlo en 1965.
Finalizaron de emergencia el tendido de durmientes y rieles y el día de la fanfarria a cumplirse una soleada mañana, solo llegaron cerca del anochecer cuando la gente se había retirado. Los dictadores apenas saludaron sin entusiasmo desde las ventanas a casi a nadie en la estación de Gapal.
Nunca se concluyó el tren a Cuenca, y el presidente Correa cometió el error de ofrecer que se haría por esa ruta una ciclovía Azogues-Cuenca, mientras anunciaba para otras ciudades grandes proyectos nacionales.
El tren es otro ejemplo del abandono de Cuenca y el Azuay por parte de los poderes centrales. Salvo las hidroeléctricas, de interés nacional, ningún proyecto trascendente para esta ciudad y provincia. ¿Incapacidad de los “morlacos” que llegaron a cargos directivos? ¿Envidia de burócratas nacionales, directivos o intermedios, que engavetaban la priorización de las obras que correspondían?
Cuenca ha vivido por sí sola, sin apoyo adecuado del Estado central, con iniciativas y esfuerzos de su gente (y alguna modesta contribución central obligada). Ahora dispondrá de su tranvía. Sus mujeres y sus hombres lo diseñaron, contrataron, lo construyeron en larga espera, como alternativa colectiva de transporte, para aminorar el uso del automóvil, mercancía individual, capitalista, privada, contaminante.
El tranvía de Cuenca y el metro de Quito fueron propuestas de la década ganada, como el tren turístico del norte. En otra década ganada seguramente se propondrá un tren que, como hace el AVE española viajando a 300 kilómetros por hora, una en el futuro Loja con Tulcán en tres horas de viaje. (O)
