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El Telégrafo
Mauricio Maldonado

De nuevo sobre “La peste”

23 de julio de 2019 - 00:00

Han pasado algo más de 72 años desde que La peste, de Camus, vio la luz por primera vez. Se trata de uno de los puntos más altos que haya alcanzado la literatura filosófica. A menudo he pensado, de hecho, que pocos han conocido la psicología humana como Camus. Aquí hablo de un aspecto particular de su obra.

Volver a La peste constituye un placer grandioso. El personaje del doctor Rieux, maravillosamente construido, representa a un hombre que ha plantado cara a un mal irrecusable, pero que no puede erradicarlo, un hombre –se diría– derrotado. Pero, como reza el propio libro, es en las pestes en donde se ve que hay más de bondadoso que de reprochable en el ser humano.

El médico de Camus es una metáfora del individuo que se enfrenta a los males: un ser humano que, conocedor de la persistencia del mal en el mundo, no se abandona a la posibilidad de luchar contra él, aunque esté siempre condenado a perder la batalla. Pero una de las partes más potentes del libro va algo más allá, cuando uno de los amigos de Rieux es apresado y allí se dice: “acaso era más duro pensar en un hombre culpable que en un hombre muerto”. Y claro, si esto es así, hay más dolor en la decepción que en la pérdida.

Pero he aquí que se presenta una angustiosa contradicción en la vida del ser humano: solo la confianza en los demás nos hace personas “reales” (aun a riesgo de la decepción). Hillman, psicólogo de profesión, habla del tema en estos términos: “es necesario decir claramente que vivir o amar solamente ahí en donde podemos depositar nuestra confianza, donde estamos seguros y contenidos, donde no podemos ser heridos o desilusionados, donde la palabra dada es vinculante para siempre, significa ser inalcanzables por parte del dolor, y entonces quedar fuera de la vida verdadera”.

El propio relato bíblico de la “creación” –dice Hillman– puede ser representado de este modo: la vida “real” del ser humano está fuera del paraíso, pero para que eso ocurriera la manzana tuvo que ser mordida y la confianza de Dios, traicionada. Me parece –si no he abusado de la intentio lectoris– que la potente frase de Camus puede ilustrar de algún modo la psicología de la confianza, la pérdida y la “vida real”, presentes en la relación entre las personas y entre las personas con lo divino. (O)

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