En las escuelas ecuatorianas se impartía una asignatura llamada Moral y Cívica. No sé en qué momento desapareció, pero mientras más vivimos más extrañamos el que se enseñe en las escuelas y universidades lo que significa la rectitud en el desempeño de la vida.
¿Qué tan importante es enseñar ética en el aula? ¿Cómo proporcionamos una brújula moral a cada estudiante? El estado de la corrupción en el país –que se retrata en los medios– es alarmante, y mientras tanto la ética no se enseña suficientemente en escuelas y universidades. Dar orientaciones sobre cómo integrar la moral y la ética en las rutinas diarias de la clase resulta indispensable.
El primer paso es ayudar a los estudiantes a creer en sí mismos. Necesitamos personas que defiendan sus derechos y principios, pero a la vez se consideren valiosos y capaces. Los alumnos que acuden a nuestras aulas provienen de hogares en los que es probable que no se los valore y aun hasta se los maltrate. Por ello, el aula debe ser un lugar seguro en el que prime el respeto, en donde los jóvenes tengan la oportunidad de mostrar sus múltiples talentos y el docente los pondere frente a la clase.
Ese rol del profesor empoderará a los estudiantes y los convertirá más tarde en ciudadanos conscientes y activos. Por otra parte, en un entorno escolar intercultural como el que vivimos, es particularmente importante resaltar el valor de cada individuo, pues estamos entre personas de diferentes identidades, géneros, culturas y etnias. Debemos enseñar a los estudiantes a creer en sí mismos y a valorar las tradiciones y vivencias de cada uno.
Luego, necesitamos modelar como profesores un conjunto claro de valores. Debemos mostrar cómo el ser maestro es una forma de servir a la sociedad. Decir por qué hemos escogido hacer lo que hacemos. Demostrar que nos apasiona nuestra labor y cómo estamos devolviendo a la sociedad lo que ella nos dio. Mostrar que investigamos continuamente. Resaltar cómo lo disfrutamos, e intercambiar ideas con los estudiantes sobre las formas en que ellos puedan hacer lo mismo.
El vocabulario moral y ético debe ser parte del kit de herramientas que cada maestro lleve a clase. Este resulta especialmente útil cuando se discuten eventos y personajes históricos o contemporáneos. Animo a los maestros a hablar elocuentemente sobre la honestidad, el respeto y cómo estas virtudes se muestran en el mundo real; lo mismo que sobre cuán importantes son para el prestigio profesional. Hay que alentar a los estudiantes a buscar ejemplos de personas íntegras en los medios de comunicación y en internet.
Hay que enseñarles a reflexionar, por ejemplo, usando en clase "noticias falsas", discutiéndolas en busca de las intenciones que están detrás de ellas para dañar la honra de sus víctimas. Lo moral es también establecer reglas para que, cuando un estudiante cuestione lo que dice otro, no lo llame mentiroso, sino que argumente con pruebas contundentes sus aseveraciones. Por supuesto, una oportunidad para enseñar moral es analizar con los estudiantes qué es el plagio, cómo evitarlo y qué consecuencias tiene en el mundo académico el apropiarse de los pensamientos de otro.
Los acuerdos de inicio de curso, los syllabus, el diseño de cada aula, incluidos los rótulos con citas de pensadores fundamentales, se convierten en elementos esenciales para inculcar conceptos básicos sobre ética. Ese discurso debe destacar desde el momento en que alguien ingresa a nuestra clase. Las palabras e imágenes colocadas en las paredes o en presentaciones digitales deben inspirar a los estudiantes y promover lo justo, lo igualitario y el respeto a temas de cultura, género y etnia.
Un aula de clases ética es a donde el profesor y los estudiantes querrán llegar todos los días: un lugar de paz, de aprendizaje y de crecimiento personal. Así lograremos que todos sintamos lo mismo respecto a nuestro hermoso país. Como educadores, no solo enseñamos el contenido de una asignatura, sino que debemos enseñar el comportamiento ético que durante demasiado tiempo se ha descuidado en la sociedad. (O)
