El tráfico de drogas a gran escala resulta como un cáncer maligno que cala en el cuerpo, echa raíces y se expande por todo el organismo hasta conducir a la muerte a quien lo sufre. Lo mejor para cualquiera, en relación al cáncer, y para un país en relación al tráfico de drogas, es evitar que nos llegue y eche raíces.
En un reciente tuit, Paco Moncayo recordó una de las consecuencias de la salida del Puesto de Operaciones Avanzadas a cargo de Estados Unidos con base en Manta en 2009: indefensión ante el narcotráfico (con narcoviolencia como apéndice). Hilvanando con el primer párrafo se diría que a este cáncer le dieron vía libre, nos llegó, tiró raíces y hasta fue recibido en medio de cantos al ‘Che’ Guevara.
¿Quiénes ganaron en ese momento con la salida de los que tienen, sin lugar a dudas, mejor capacidad de combatir acciones vinculadas al tráfico de drogas? Los narcotraficantes mexicanos, rusos y de otras fanescas, pero sobre todo las desmovilizadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Luego del cierre del centro de operaciones en Manta, la hasta hace poco narcoguerrilla colombiana, que en su momento definió de ‘amigo’ al gobierno de Correa, multiplicó considerablemente su fortuna en razón del tráfico de drogas que llegó a controlar y dominar tras la salida de los equipos y personal estadounidense desde el puerto manabita.
Lo singular de esta ‘gesta antiimperialista’ está en que quienes sacaron a los estadounidenses del control que ejercían desde Manta al narcotráfico –al final con resultados más favorables en lo financiero para los narcos sobre cualquier reivindicación de nuestra soberanía– hipotecaron Ecuador al imperio chino, entregándole las grandes obras y permitiendo imponer sus condiciones en nuestro territorio.
El cierre de la base de Manta, de llegar a revelarse como otro negociado, alcanzaría ribetes de traición a la patria al haberse configurado un beneficio económico para las grandes mafias del tráfico de drogas en desmedro de la convivencia del país. (O)
