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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Nuestra distopía, cap. 3: Disneyficación

06 de junio de 2014 - 00:00

Fuimos con mi hijo a una biblioteca local en Nueva York. En una sala, reunidos en círculo, un grupo de madres (y un padre) cantaban guiados por la mujer del ukulele. Era una sesión de español para infantes. Una dinámica libre, donde un montón de niños corrían, saltaban, medio cantaban unas palabras en español, seguido de más gritos y la sonrisa indeleble de los padres que aplaudían. Todo bajo el ojo vigilante de la bibliotecaria que, nerviosa, procuraba que las cosas no se salgan de las manos. Todo muy apropiado.  

Para el cierre, la mujer del ukulele cantó ‘Duerme negrito’, de Atahualpa Yupanqui. La versión de ‘Duerme negrito’ si Atahualpa Yupanqui hubiera nacido en Minnesota y, más que la canción social, lo suyo fuera la canción políticamente correcta.

“Duerme, duerme niñito / Que tu mamá está trabajando, niñito / Te va a traer fruta fresca para ti / Te va a traer cosas ricas para ti / Y si niño no se duerme / Viene la noche y ¡zas! / Te come la patita”.

Ahora bien, yo entiendo la contextualización de la canción. Son solo niños, será la respuesta de los padres al reclamar sobre la versión original de la canción (la que, de hecho, habla sobre un negrito, la mamá que trabaja en el campo, de cómo no le pagan, de cómo va tosiendo, y la del diablo blanco que le come la patita).

Pero la canción tiene un propósito. Es una denuncia. Para que el niño que no la entiende, algún día pregunte por qué no le pagan a mamá, o por qué tose, o quién es el diablo blanco. Y para que nosotros no perdamos nuestra memoria histórica. Y que, así no lo veamos, hay todavía alguien es esas condiciones.

Lo terrible es la ‘disneyficación’ de la cultura. Es decir, el olvido del drama del otro, de la lucha ajena, y la transformación de esa historia en dulces digeribles que no generan conflicto. Y es una visión que se permea a nuestros espacios. La idea del éxito capitalista (de la cual es muy fácil hablar y criticar desde mi situación ‘privilegiada’ dentro del capitalismo). La idea de una Pocahontas sin el exterminio sistemático. Una idea que a las élites les gusta. Es una idea que no sacude las estructuras.

Y nosotros adoptamos esos patrones. Nos dejamos comprar por esos patrones. Nuestras realidades se convierten en la ciudad sin pobres (porque todos han sido reasignados a los suburbios).

A lo mejor esa es nuestra distopía: una vida sin el otro. Una vida sin conflicto, donde alguien muere, pero a nadie le importa.

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