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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Notre Dame, patrimonio de la humanidad

25 de abril de 2019 - 00:00

El patrimonio arquitectónico cultural del mundo guarda las respuestas que hemos fabricado los humanos a la pregunta esencial que nos sobredetermina desde hace al menos diez mil años: cuál es el origen de la vida y qué pasará con ella a través del tiempo.

Ante el misterio, las culturas han desarrollado mitos o narrativas racionalistas, sintetizadas en grandes estructuras, concebidas para provocar efectos sensoriales y sobrecogimiento. Independientemente de su significado ideológico y religioso, la arquitectura monumental contiene elaboraciones mentales, especie de textos inscritos en formas maravillosas.

Más que meros lugares turísticos o estéticos, los monumentos son evidencia de la capacidad de nuestra especie para crear símbolos que recogen la cosmovisión de su sociedad. Si algo no debemos perder es nuestra relación con el pasado y lo único que nos une a esa dimensión son las huellas de lo que hicieron y pensaron nuestros ancestros, comunes a todos y a todas.  

En su conjunto, el patrimonio heredado conforma nuestro ADN cultural, o mejor dicho nuestra piel milenaria. En ese sentido, nadie puede atentar contra su propia piel, contra su propia historia. Es necesario por ello que el mundo vuelque sus esfuerzos a favor del patrimonio cultural de la humanidad. No se trata de conservarlos como meros monumentos, expresión de belleza sin sentido, o lugar de fotografía turística, sino como legado y carta escrita por nosotros mismos, cuando éramos ayer.

Días atrás fuimos conmovidos por el incendio que afectó a la catedral de Notre Dame, patrimonio histórico y arquitectónico de la humanidad. Dícese que la construcción de la Catedral de Nuestra Señora de París duró dos siglos, se inició en el siglo doce y concluyó en el siglo catorce d.C. En su momento, el estilo gótico fue una innovación, incluso técnica, reflejo de una ruptura cultural que se dio en Europa, expresada en la perpendicularidad, el arco ojival y los vitrales.

Su estructura gris hecha en parte de piedra tallada, a veces en forma de encaje, tiene la gracia de ser bañada por la luz de los colores que irradian su interior como metáfora de Dios, cuyo concepto es una de las respuestas que dio la cultura occidental en su momento, a la pregunta sobre el origen que nos sobredetermina. (O)

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