Nos sobraba Rafael Correa, su prepotencia y su deshonestidad. Su perverso discurso sobre la falsa eficacia de su gobierno olvida que, si con él “no pasaban estas cosas”, era porque no pasaban “todavía”, precisamente por su grado de relación con las mafias.
Y, cuando pasaban, caso del ciudadano ibarreño Marcelo Muñoz, de cuyo secuestro hace un lustro recién nos enteramos (“nos faltan cuatro”, clamaron sus allegados en una marcha), su ministro del Interior, José Serrano, se encargaba de enterrar todo en el silencio.
Nos sobra la incapacidad del gobierno de Lenín Moreno, vertebrado por familias de la misma Alianza PAIS (AP) que toleró en tantas cuestiones el doble discurso patriotero, máscara de uno de los más feroces entreguismos de nuestra historia, incluyendo la dejación de Esmeraldas y toda la frontera norte.
Nos sobran asesores amigos de las FARC, todo el frente de Defensa y el equipo no negociador del secuestro de Javier, Efraín y Paúl, y una canciller más preocupada de su autopromoción que de los cuerpos y los intereses de Ecuador. La transformación radical del actual Gobierno en uno de concentración no solo es una necesidad suya, sino de la nación.
Pero nuestra actual tempestad no fue sembrada solo por los años de corrupción y connivencia del correísmo, sino por otros gobiernos anteriores. Por eso también nos sobran alias “Guacho” y la base de Manta, cuya añoranza no solo es de un colonialismo anacrónico y vergonzoso, sino de un completo desconocimiento de la historia.
La narcopolítica debe enfrentarse con una inteligencia no patriarcal, en las antípodas del ultimátum presidencial de la noche del jueves 12. México, que sacó los tanques a la calle desde 2006, nos enseña que la guerra militar contra el narco -en esos términos- no solo es inganable, sino su medio predilecto de incremento.
Junto a la geopolítica y la profesionalización de los cuerpos de seguridad, será la reconstrucción del tejido social lo que en ese y en nuestro país augure la resistencia. (O)
