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El Telégrafo

No siempre los mejores son mejores

10 de agosto de 2012 - 00:00

Se otorgará presupuesto a las universidades ecuatorianas según el resultado de las evaluaciones. Para quienes mejor estén, mejor tratamiento económico. Parece indisputable.

Incluso puede pensarse que en un país como Argentina, donde las evaluaciones universitarias comenzaron mucho antes (1995), se comete el error de no relacionar evaluación con presupuesto. De tal manera los efectos de las evaluaciones son muy parciales, pues no hay premios o castigos asociados. Queda al criterio de cada universidad hacer caso a la evaluación y mejorar sus condiciones, o dejar de hacerlo (por supuesto que en aquel país si una universidad no mejora en nada entre dos evaluaciones sufrirá un demérito enorme en su prestigio, y ello puede afectar secundariamente su presupuesto). 

Como las teorías psicológicas sobre aprendizaje enseñan -desde el Thorndike de principios del siglo XX-, la “ley del efecto” es importante para aprender, para fijar un comportamiento. Si se me premia repito lo que hice, si se me castiga extingo esa conducta. Por ello, está bien que la evaluación tenga consecuencias presupuestales -y/o de algún otro tipo- que sean claras y tangibles.

Pero ese principio general tiene que ser aplicado con ciertos recaudos. No siempre los mejores son los que tienen mejores resultados. Como burdo ejercicio aritmético: si una universidad saca 90 puntos sobre 100, resulta muy superior a una que saca 75 puntos. Y, sin embargo, hay que revisar cuidadosamente cuál es la situación.

Supongamos que las condiciones previas de esas universidades (que pueden ser las de una evaluación anterior, o ser definidas de otra manera) hacían que esa primera universidad tuviera -hace 5 años- 85 puntos. Y que la primera hubiera tenido, en el mismo momento, solo 60.

En ese caso, la universidad que más tiene ahora (90 puntos) solo se habría superado en 5 puntos, mientras la que inició en 60 se habría superado en 15. Esta última se está superando mucho más, aunque tenga peor resultado actual.
Para complicar más aún, se podría alegar que una universidad muy buena -que iniciara por ej. en 95 puntos- con ese criterio jamás sería bien considerada, pues solo podría superarse en 5 puntos, por haber sido “demasiado buena” inicialmente.

Quiero con ese simple ejemplo mostrar las paradojas y complejidades de la evaluación, y también las de su traducción puramente numérica. Por ello, es aconsejable diversificar los índices a analizar. Por ej. que se considere el resultado puro de la evaluación, pero también ciertas “condiciones iniciales” que no son iguales para todos: es más fácil tener profesores con posgrado en la capital que en provincias; en universidades consolidadas los docentes tienen más antigüedad, simplemente por decurso biológico; ciertas universidades han tenido previamente mejor financiamiento estatal que otras... todo eso debiera también ser tomado en cuenta.

Que se considere el resultado de la evaluación “en bruto” tiene pleno sentido, si también se considera con precisión a estos otros factores. De lo contrario, corremos el peligro de producir el llamado -en sociología- “efecto Mateo”: al que más tiene, se le dará en abundancia. En ese caso el que mejor está, mejor recibirá, lo cual a largo plazo tenderá a reproducir e incrementar las diferencias de nivel que hoy se dan entre universidades diversas, lo cual es obviamente indeseable desde la perspectiva de incremento de derechos ciudadanos a lo cual apunta el Gobierno ecuatoriano.

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