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El Telégrafo

No basta con ser anti

13 de enero de 2012 - 00:00

El Gobierno argentino tiene notorias buenas relaciones con el boliviano, el ecuatoriano, el venezolano. Y notorios “parecidos de familia” con ellos. Ahora que en varios de estos países habrá elecciones (2012 en Venezuela, enero de 2013 en Ecuador) no está de más analizar lo que ocurrió en las últimas elecciones argentinas.

Los opositores políticos se abroquelaron desde 2008 tras los medios de comunicación; mucho más que articular un modelo de país posible, esos medios se dedicaron a hablar mal del Gobierno. O, para decirlo sin eufemismos: a atacar al Gobierno de las peores maneras. Nada más que a eso.

Las oposiciones políticas se volvieron seguidoras de los medios, y creyeron que esa era una estrategia viable: desgastar y desgastar al régimen, echándole la culpa -si fuera posible- del clima, de las órbitas de los astros o del estado de ánimo de cada habitante. Esta estrategia sin rumbo hizo que -a la hora de la votación- el proyecto del Gobierno (exitoso sin dudas, tanto en macroeconomía como en políticas de inclusión social) apareciera como la única opción posible. Lo demás apareció claramente como charlatanería, como mera verborragia. La población no se suicida, y sabe que no puede preferir, frente a un gobierno que funciona, a una oposición que solo sabe atacar y vituperar. Se impuso en los votantes un eco del enunciado de aquel hábil político que fue Juan Perón: “Mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”.

A su vez, las oposiciones múltiples creyeron que podrían ganar la votación “yendo por el atajo”. En vez de acumular fuerzas cada una acorde a su propia posición e ideología, supusieron que con tal de ir contra el Gobierno un sector de la población votaría cualquier cosa. Mezclas de izquierda con derecha, de socialdemocracia con conservadorismo, de liberales con radicalistas. Resultado previsible: la población dio por completo la espalda a esos engendros electorales, alianzas oportunistas sin ton ni son, sin unidad posible ni otro vértice de convergencia que no sea el ataque al actual Gobierno. Con eso, nadie podría gobernar. Para ello se requiere alguna coherencia, alguna credibilidad. La alianza Alfonsín-De Narváez (un derechista proempresarial con un socialdemócrata) fue duramente golpeada en las urnas, y la presidenta ganó con la enormidad de 40 puntos porcentuales de ventaja sobre su oponente con mejor resultado.

Ojalá se advierta que no existe oposición a los gobiernos de tinte popular en Latinoamérica; lo que existe son oposiciones, en plural. El juego retórico por el cual se quiere reducir la heterogeneidad identitaria e ideológica al simple recurso de una imaginaria unidad, no alcanza para convencer a poblaciones que van alcanzando cada vez mayor madurez en cuanto a determinar quién debe estar en el lugar de gobierno.

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