El jueves 30 de abril se produjo un levantamiento en contra de Nicolás Maduro, en Venezuela. Maduro, quien todavía conserva el control de las Fuerzas Armadas del país bolivariano, ordenó nuevas medidas de represión cuyo saldo dejó, al menos, cuatro muertos, todos por herida de bala en sus cabezas. Los francotiradores se habrían apostado en lugares estratégicos de los edificios circundantes a los lugares de protesta y disparado desde lo alto, consiguiendo mayor precisión en sus descargas. Maduro habría ordenado la ejecución de estas personas, dos de menos de 30 años y las otras niños de 14 y 16 años. Venezuela vive el terrorismo de Estado.
La prensa internacional contabiliza más de 130 heridos en las protestas, muchos de ellos atropellados por tanquetas. En imágenes captadas por la televisión, y que han dado la vuelta al mundo, se puede ver cómo dos de estos vehículos blindados se movilizan sobre una calle, se trepan violentamente sobre una vereda y aplastan de espaldas a un muchacho, lo dejan tirado en el piso, ensangrentado y moribundo, quien es rescatado por sus compañeros de protesta. No hace falta ser un erudito en Historia para mirar la enorme similitud de estos abusos, confiscaciones y ejecuciones extrajudiciales con la práctica de la Alemania nacionalsocialista. Pero según los pocos chavistas que gobiernan, los fascistas son los opositores.
Todavía quedan eruditos de la moral que deploran el derecho de las personas a buscar su libertad y defienden a la tiranía bolivariana. En recientes declaraciones, el expresidente de Uruguay, José Mujica, referente de la izquierda continental contemporánea, dijo que “no hay que ponerse delante de las tanquetas. Si usted se pone delante de las tanquetas, se expone”. Así Mujica se pone del lado de las tanquetas de Maduro y de quienes ordenan reprimir y matar; se pone del lado de los asesinos, narcotraficantes y lacayos que sostienen al tirano. Jamás volveré a creer en gente como Mujica. (O)
