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El Telégrafo
José Velásquez

Neisi y los refugiados

02 de agosto de 2021 - 00:45

El camino fue casi igual de sacrificado y arrancó hace más de dos décadas en el sur de Colombia. Entonces no hubo ni medalla ni podio pero sí hubo esa sensación de victoria cuando lograron cruzar la frontera  para albergarse en un campamento de refugiados en el Oriente.

Los padres de nuestra flamante campeona olímpica, Orfelina Dajomes y Teófilo Palacios, venían huyendo de la violencia guerrillera instalada en la ruralidad colombiana. Neisi, nacida años después en suelo ecuatoriano,  no tuvo que soportar el peso del miedo ni de la persecución pero no pudo escapar del fantasma que persigue a casi todos los refugiados: la pobreza.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, estima que unos 70.000 extranjeros viven en condición de asilados en Ecuador y que otros 25.000 están esperando que sus solicitudes sean aceptadas por la Cancillería. La ACNUR calcula además que el país acoge a no menos de 400.000 venezolanos. En total, cerca de medio millón de personas se autoexiliaron aquí pero la mayoría se ubica en el sector informal de la economía, apremiada por el subempleo y con una caída de al menos el 50% de sus ingresos desde que inició la pandemia, según una encuesta regional realizada por la ONU.

Es un escenario común en Brasil, Chile, Colombia, Perú  y Ecuador, que en conjunto han recibido a más del 70% de los 5,6 millones de venezolanos que emigraron a partir de 2015. Quisieron huir de la crisis hiperinflacionaria de su país pero lo que encontraron en otros lados no siempre fue óptimo. Y algo similar ocurrió con esa inmensa ola de refugiados colombianos que llegaron en la década de los 90. Doña Orfelina Dajomes, por ejemplo, compartía un departamento pequeño en el Puyo junto con sus seis hijos y tuvo que enviar a vivir a Neisi y un hermano con su entrenador, que les ofrecía mejores condiciones para que puedan estudiar y prepararse en la halterofilia.

El otro gran problema que enfrentan nuestros refugiados es la segregación, marcada entre otros factores por los prejuicios. El más común es el que vincula a la movilidad humana con el repunte de la delincuencia. Pero una investigación de Diario El Universo de mayo de este año determinó, basado en datos de detenciones de la Policía, que la gran mayoría de los criminales no son extranjeros. Un estudio realizado en Perú, Colombia y Chile por el Instituto de Políticas Migratorias determinó que el flujo de refugiados venezolanos no tiene relación con el aumento de la criminalidad.

Claro que la llegada masiva de gente a países como los nuestros pone a prueba los sistemas estatales y altera las cifras macroeconómicas. Es indudable también que desnivela varios mercados como el laboral e incluso el inmobiliario. Pero el reto no es solo abrir la puerta sino integrar a los que ya entraron. Chile está expulsando a venezolanos que no lograron regularizar sus documentos y el flamante presidente peruano dijo en una de sus primeras declaraciones que le daba 72 horas de plazo a los “delincuentes extranjeros” para salir del país.

En cambio en Ecuador por fin los hemos sumado al plan de vacunación y creo que es la forma de proceder. Primero porque la movilidad humana es una calle de doble vía y al tener una inmensa diáspora ecuatoriana dispersa por todo el planeta deberíamos entender mejor el karma migratorio. Y segundo porque la gente que adopta a este país como suyo aporta diversidad, y la diversidad suele enriquecer. Así se formaron de manera robusta en sus inicios países como Estados Unidos, Brasil y Argentina. Y aunque en Europa la migración africana puede ser un dolor de cabeza para las autoridades y las sociedades, Naciones Unidas insiste en intentar regular, integrar y formalizar a los asilados al tiempo que se fortalecen los controles fronterizos. No los dejen pasar si no quieren, pero no los conviertan en seres humanos de segunda si logran ingresar.  

Y así regresamos a Tokio y a otros deportistas que al igual que nuestra Neisi tienen detrás una historia de éxodo. De hecho 29 atletas de distintas nacionalidades participan en los Juegos Olímpicos bajo la bandera de ACNUR. La nadadora Yusra Mardini, por ejemplo, huía de la guerra de Siria cuando la embarcación en la que cruzó el mar Egeo se descompuso; ella y su hermana saltaron al agua y remolcaron el pequeño bote con 18 personas. Otro “refugiado olímpico” es el fondista Jamal Abdelmaji que cruzó corriendo el desierto hasta llegar a Israel luego de que milicias asesinaron a su padre.

El único latinoamericano de la lista es el boxeador venezolano Eldric Sella, quien actualmente no tiene un país al cual regresar luego de que Trinidad y Tobago (en donde se asiló  en 2018) decidió no recibirlo nuevamente. ACNUR hace gestiones diplomáticas en busca de un anfitrión que lo quiera acoger. La prensa conjetura que Canadá y Uruguay podrían abrirle la puerta; el otro país mencionado es Ecuador. Después de todo, somos el campeón en recibir más refugiados en América Latina. Y aunque quizás eso no valga una medalla dorada sí representa un triunfo humanitario que nos pone en un sitial alto, con una buena dosis de honor y dignidad.

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