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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Nasreddin, el humor islámico

10 de enero de 2015 - 00:00

Con lo acontecido -lamentable y condenable, por cierto- en la masacre de los caricaturistas franceses de la revista Charlie Hebdo a manos de fanáticos musulmanes, Occidente tiende a condenar a toda una cultura. El islamismo, judaísmo y cristianismo, religiones nacidas en el desierto, tienen, como el mundo, múltiples vertientes.

No es lo mismo, por ejemplo, un combatiente de Isis, un ultraortodoxo judío, un cura pederasta, que Malala Yousafzai, la joven Premio Nobel de la Paz; el músico hebreo Idan Raichel, que promueve un diálogo intercultural; o el cura José Maeso, quien trabaja en Esmeraldas con pandillas y ha creado un circo social.

Sin embargo, aún pensamos que los musulmanes son únicamente quienes llevan dinamita en sus mochilas.

Frecuentemente olvidamos que, gracias a los árabes y su vasta cultura, aquellos que se asentaron en los califatos al sur de España, el mundo griego -merced a sus traducciones- pudo volver con un vigor tal que sustentaron lo que sería el Renacimiento europeo.

La herencia mora, por supuesto, también llegó a América (basta ver el artesonado mudéjar de nuestras iglesias o la palabra aljibe). Hay un libro memorable: El último de los abencerrajes, del vizconde de Chateaubriand, que narra los últimos momentos antes de que fueran expulsados, justo el año en que Colón se encontraba con América.

El mundo islámico también ha tenido sus propios Quijotes, uno de ellos es Nasreddin, quien al igual que Diógenes el cínico, se lo asocia con la despreocupación y buscando, subido en un asno, la verdad con una lámpara y en pleno día.

Nasreddin es un Mulá (maestro) que protagoniza una larga serie de historias-aventuras-cuentos-anécdotas, representando distintos papeles: agricultor, padre, juez, comerciante, sabio, maestro o tonto, nos dice la web.

Es un humor de contrasentidos y aparentes absurdos. “Sus enseñanzas, que han sido y son utilizadas por los maestros del sufismo, van desde la explicación de fenómenos científicos y naturales, de una manera más fácilmente comprensible, a la ilustración de asuntos morales”. Nada mejor, entonces, que compartir dos de sus fábulas, contadas por Idries Shah:

Un ladrón entró en la casa de Nasreddin y se llevó casi todas las pertenencias del Mulá a su propia casa. Nasreddin había estado observando todo desde la calle.

Después de unos minutos tomó una manta y lo siguió. Una vez que llegó a la casa del ratero, entró, se acostó y fingió dormir.
 “¿Quién es usted y qué hace aquí?”, le preguntó el ladrón.
“Pues bien -dijo el Mulá-, nos estábamos mudando de casa, ¿no es así?”
En el cuento ‘La razón’, nos dice: El Mulá fue a ver a un hombre rico. -Deme algo de dinero. -¿Por qué habría de hacerlo? -Quiero comprar... un elefante. -Sin dinero mal puede mantener un elefante. -Yo vine -dijo Nasreddin- en busca de dinero, no de consejo.

Para terminar, diré que de las filosofías de Oriente, una de las que más llama la atención es precisamente la de los sufíes del islam. Son, por así decirlo, como los taoístas chinos, despreocupados y vagabundos.

Lamentablemente, poco se habla de esto en Occidente.

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