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El Telégrafo
Ximena Ortiz Crespo

Nacidas para cuidar

23 de abril de 2022 - 00:00

A menudo se coacciona a las mujeres para que cuiden de los demás a expensas de ellas mismas

Tener que cuidar todo el tiempo a otros te hace sentir presa. Así lo dicen muchas mujeres hablando de la experiencia de estar atendiendo a personas que requieren de su cuidado, sean sus familiares o sus pacientes. Y en muchos casos no solo presa, sino resentida y con ganas de huír.

Edito 

Mi estudiante Gabriela tiene que vérselas con cocinar a las 4 de la mañana para dejar la comida hecha para su marido e hijo, llevarlo a la guardería, ir al trabajo, recoger al niño en la tarde, lavar, planchar y dejar todo listo para el día siguiente. Ella contribuye con plata y persona en su hogar. Gabriela siente que está presa, que optó por una vida rígidamente decretada y se angustia por no poder estar a la altura de las expectativas que la sociedad ha fijado para las mujeres. “¿Y si la vida pudiera ser de otra manera?”, se pregunta.

 

Mi manicurista acaba de renunciar a un trabajo de más de una década porque no tiene con quién dejar a sus hijas de cuatro y un años. Ha tenido que apretarse el cinturón porque ella debe aportar con la mitad de los ingresos de su hogar.

 

Melvy, la hija de una amiga mía, trabaja en Guayaquil y se ve obligada a dejar a su pequeña de cuatro años al cuidado de la abuela de la niña en Quito. Tiene un excelente trabajo como auditora en una entidad estatal. Se siente exitosa como profesional, pero sufre al estar lejos de su única hija. Se comunica constantemente con la niña y ambas parecen estar adaptadas a una vida en la que la madre regresa a casa los viernes tarde y parte de nuevo en la mañana de los lunes. Melvy no deja de sentirse culpable por ser una madre ausente.

 

Mi sobrina ejecutiva tiene a sus hijas en séptimo y noveno grado. Disfruta mucho de haber logrado ser jefa departamental y considera que seguirá ascendiendo en su carrera. Lo tiene todo organizado y su esposo colabora con todos los asuntos domésticos. Sin embargo, sus últimos exámenes médicos muestran que está produciendo altos niveles de cortisol, la hormona del estrés que aumenta los azúcares (la glucosa), altera las respuestas de los sistemas inmunitario, digestivo y reproductor, además de causar dolores musculares, presión arterial alta, problemas de sueño y aumento de peso.

 

Si bien las historias que cuento hoy se centran en madres, al relatarlas vienen a mi mente las historias de las trabajadoras de cuidados remunerados (enfermeras, empleadas domésticas, mujeres de la limpieza) y de las cuidadoras familiares no remuneradas durante la pandemia de COVID-19. Todas ellas se vieron presionadas para asumir atención, trabajo o responsabilidades adicionales dentro y fuera de sus familias.

 

La doctora en sociología del cuidado de Brock University, Janna Klostermann, realizó una investigación sobre las cuidadoras y, en el artículo “Las mujeres que cuidan a otros deberían sentirse tranquilas si dejan de hacerlo”, reporta que sus informantes contaban que había un momento en que, para seguir adelante, debían buscar quién las cuidara a ellas mismas porque sentían que no podían más: “Mi cuerpo, literalmente, colapsó”, le dijo una mujer, señalando que, sin embargo, sentía que era su obligación seguir trabajando.

 

Como consecuencia del agotamiento, muchas mujeres optaron por dejar de prestar cuidados en hospitales y casas de ancianos. Una de cada cinco de las personas en servicios de cuidados de salud en los Estados Unidos dejó su trabajo durante la pandemia y hace dos días la revista Forbes reprodujo los resultados de un estudio de Elsevier Health –empresa proveedora de soluciones de información para profesionales de ese campo– que dice que el 47% de los trabajadores sanitarios de ese país tienen la intención de dejar de trabajar en este sector en dos o tres años.

 

Las expectativas culturales de que las mujeres cuiden de los demás pueden ser peligrosas cuando se llevan al límite, especialmente cuando están presentes situaciones de abandono por parte del Estado o no existen opciones para compartir las responsabilidades. Las mujeres cargan prácticamente con todo el peso del cuidado, mientras que los varones se eximen de hacerlo.

 

La Dra. Klostermann dice: “No es que considere que las personas deban dejar de preocuparse de las demás o que el trabajo del cuidado sea solamente una carga. Reconozco cómo, con las condiciones adecuadas, las relaciones de cuidado pueden ser espacios de alegría, creatividad, propósito y conexión imaginativos que enriquecen la vida. Lo que critico es cómo se coacciona a las mujeres para que cuiden de los demás a expensas de ellas mismas, contra viento y marea y sin importar las condiciones. Cuestiono la forma en que los varones en ocasiones lanzan cumplidos como ‘Ay, mijita, es que solo tú sabes lo que hay que hacer’, sin que vayan acompañados de los apoyos, recursos o condiciones necesarios para llevar a cabo las tareas de cuidado. Las mujeres se esfuerzan por derribar los clichés morales que las cargan con el cuidado porque los sienten como cadenas”.

 

Por ello, fue una sorpresa para mí saber que mi sobrina y su esposo, quienes son padres de dos hijos pequeños de tres y medio y dos años, la semana pasada –por primera vez desde que nació el mayor–, sentían como un verdadero problema el separarse porque el trabajo de él exigía que viajara fuera de la ciudad por tres días. Ella no sabía qué iba a hacer sin él para bañarlos, darlos de comer, ponerlos a dormir, vestirlos y peinarlos. El asunto es que ellos han compartido los cuidados de sus hijos de forma equitativa desde que nacieron. ¡Hay esperanza de cambio!

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