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El Telégrafo
Gabriel Hidalgo Andrade

Murphy con Tuárez

01 de diciembre de 2019 - 00:00

José Carlos Tuárez es el mejor ejemplo de la ley de Murphy: si algo malo puede pasar, pasará. El cura político se las arregló para ser candidato sin poder serlo, para ganar las elecciones manoseando la fe de los votantes, para ocupar el más alto cargo de un poderoso órgano estatal con una votación pírrica y para ejercer el poder sin tener idea de lo que es la Constitución.

Cualquier esfuerzo del religioso estaba destinado al fracaso. Pero a esta copia y calco de la década ganada le gustó el poder y quiso quedarse. Primero pactó con el correísmo, ofreció desestabilizar al gobierno de Moreno, después prometió cargos, recursos, influencias a quien se le cruzara y hasta vendió el alma al diablo. Poco tiempo después cayó en desgracia, fue destituido y, para colmo, ahora tendrá que purgar sus pecados civiles defendiéndose en el infierno del sistema penitenciario.

Es el mismo cura que juró -como todos los sacerdotes al ordenarse- pobreza, obediencia y castidad. Estafó a una anciana, tuvo negocios ilícitos, quiso instalar una sedición y hasta se ofrecía como presidenciable. Aseguró haber hablado con su dios, que le había dado específicas órdenes de instalar una constituyente, siguiendo el libreto de los conspiradores de octubre. Y el mismo que se comunica con la divinidad, ya en el poder, llegó a decir que no hablaría con nadie que no gozara de su misma majestad.

Político, presidenciable, golpista y mal terrorista, Tuárez es un impresentable. Si hasta lo echaron a patadas de una concentración, de aquellas que en octubre se formaron para asaltar la democracia.

Nada le salió bien a Tuárez, ni siquiera el ganar las elecciones. Se infiltró en una papeleta con su alzacuello, fue despedido y en venganza quiso negociar con cargos públicos en varios cientos de millones de dólares que ahora lo llevan a guardarse tras las rejas. Es el ejemplo de que lo que mal empieza, mal termina.

Tuárez es la caricatura de sí mismo y la secuela de una década de mezquindad en el poder. (O)

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