Cuando vicepresidente de la República, el actual mandatario, Lenín Moreno, lanzó una campaña para promover la sonrisa en los ecuatorianos, con el convencimiento de que solo este gesto genere empatía, mejores servicios y un ambiente de cortesía y armonía. Podría haber parecido banal entonces, pero tras la eliminación de subsidios a combustibles, lo que se ha desnudado es un Ecuador que, como dijo mi amigo Jorge Agüero, no es el país donde se crió y hace dudar de si es el país donde queremos envejecer.
En medios y redes sociales se han difundido imágenes absurdas y se han exacerbado los ánimos hasta en los más moderados. Videos de policías torturando manifestantes capturados, con procedimientos extrajudiciales; manifestantes indígenas apaleando salvajemente al cura Carlos Tuárez, a ciudadanos venezolanos o partiéndole la cabeza al colega Freddy Paredes; bandas de saqueadores en ciudades costeñas y andinas; un asambleísta y un prefecto queriendo paralizar la producción petrolera; bombas lacrimógenas lanzadas a dos centros de acogida de la Conaie, al igual que en una maternidad con cientos de niños adentro; la Cruz Roja anunciando que no prestará servicios de emergencias debido al ataque a sus ambulancias, algo que no se ve ni en la guerra; el patrimonio histórico de Quito siendo destruido; un exalcalde que quiere correr por la Presidencia instando al enfrentamiento entre hermanos.
En redes sociales fue común el racismo, xenofobia, homofobia y regionalismo. Se hablaba hasta de eliminar personas. ¿Nos convertimos en el producto que se cultivó los últimos años? Los buenos versus los malos; idóneos contra ineptos; el discurso iracundo que instaba públicamente a agredir periodistas, opositores, académicos, sindicalistas, minorías, empresarios, estudiantes, mujeres y ciudadanos, solo por opinar o discrepar.
¿Naturalizamos el odio y resentimiento entre ecuatorianos? ¿Qué país es este? (O)
