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El Telégrafo

Monumentos y falsos elogios

24 de diciembre de 2011 - 00:00

La grandeza de los seres humanos  se la comprueba por  el legado de sus obras, que se perennizan en el tiempo y sirven de guía y ejemplo, por su contenido humano, a las  nuevas generaciones. En el transcurso de la historia se  destacan con brillantez, hombres y mujeres que alcanzaron  la gloria con su lucha sacrificada por la libertad y su aporte permanente en el ámbito de la  ciencia, el arte, la educación y otras manifestaciones de la  cultura universal.

Las almas nobles entregan todo de sí, siempre en beneficio del prójimo, sin esperar halagos, recompensas o dádivas.
En el trajín de la existencia y los avatares de la  política, confusa y mal interpretada, falsos valores han logrado escalar a sitios de relevancia en la administración estatal, mediante la aplicación de estrategias fraudulentas. Como sarcasmo de la historia, a esos rufianes se los pretende convertir en apóstoles con el apoyo de la “prensa independiente y seguidores equivocados que confunden la acción sacrosanta de los grandes de la era, con los sátrapas que envilecieron al prójimo.

Es costumbre, en nuestro medio, venerar la memoria, al poder del dinero, a la influencia partidaria y a la vanidad. Allí observamos instituciones educativas, calles, avenidas y edificios públicos con nombres de personas que alcanzaron efímera notoriedad en el ejercicio de un importante cargo público o en la conducción de un próspero negocio. Aspirar a la erección de un monumento a la arbitrariedad y a la prepotencia, es una actitud de ilimitada audacia. El monumento es destinado a hombres y mujeres que enaltecieron  a la patria  y sirvieron a sus semejantes. Ese excepcional privilegio pertenece a Bolívar, Sucre, Ruminahui, Montalvo, Rocafuerte, Olmedo, Espejo, Manuela Cañizares, Eloy Alfaro y otros ilustres, que consagraron su vida a luchar por causas nobles.

Es tiempo de revisar la historia para no equivocarse y ubicar a sus protagonistas en el sitio que les corresponde, según su rol. Su reconocimiento no es por simpatía o adulo, sino por sus servicios relevantes a la humanidad y enseñanzas entregadas a las venideras generaciones. Urge una revolución cultural a fondo para terminar, definitivamente, con los elogios a los falsos valores.

El monumento no es para el pequeño que engaña  y se cree poderoso, es para el grande, que piensa en los intereses de los demás.

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