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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Moneda electrónica, poder y confianza

10 de junio de 2016 - 00:00

El gran debate sobre el dinero electrónico suele revolver alrededor del modelo financiero y las implicaciones económicas. El dinero electrónico es un tema político como económico. Lo es por ese objetivo medio velado de devolverle cierto rol al Banco Centro dentro de la política monetaria y, por lo tanto, al Estado. Un Estado que, desde la dolarización, perdió esa capacidad, algo bueno según los economistas (más liberales), algo no tan bueno según a quien le toca lidiar con los avatares del comercio exterior. Y en la economía política, el Banco Central y la política monetaria son un tema de confianza como de poder.

En 1993, Alberto Alesina y Lawrence Summers crearon un índice que medía la independencia de los bancos centrales y llegaron a la conclusión de que mientras más independencia, menor el nivel de inflación. Al mismo tiempo, esta independencia no tenía ningún impacto significativo en el resto de los indicadores macroeconómicos. Este descubrimiento fue revisado y reevaluado, tomando en cuenta su relación con el tipo de gremios y su capacidad de negociación. Torben Ivernsen y luego Robert Franzese mostraron la relación entre el tipo de gremios (centralizados y descentralizados) y los bancos centrales, sugiriendo que los gremios negocian con el Gobierno mientras los bancos centrales toman en cuenta estas negociaciones para adaptar su política monetaria. Concluyeron que la interacción entre gremios coordinados y la independencia del Banco Central producía los mejores resultados macroeconómicos (los gremios buscando mejores salarios, pero también mantener su ventaja comparativa).

En definitiva, son las instituciones y la capacidad de estas instituciones las que determinan los beneficios (o los perjuicios) que pueden nacer del manejo de la política monetaria por parte del Banco Central. La confianza radica en esas instituciones. La moneda y su circulación dependen de esta confianza, y esta confianza no puede ser impuesta. La gran crítica al dinero electrónico es el reposicionamiento del Banco Central dentro de la política monetaria nacional, y los recuerdos inflacionarios predolarización. La gran ventaja que los economistas liberales ven en la dolarización es la independencia de facto de la política monetaria del poder político. “La moneda electrónica puede llevar a la injerencia de Correa en la política monetaria y poner en peligro a la dolarización”, es, en síntesis, lo que escuché del economista Luis Espinosa Goded, catedrático de la UASQ, lo cual es un buen resumen del miedo liberal alrededor de lo que puede llegar a ocurrir (porque nada todavía ha pasado) con el dinero electrónico.  

Y termina siendo un razonamiento atractivo y, hasta cierto punto, justo. Fue en parte la falta de independencia del Banco Central en Ecuador lo que permitió niveles de inflación que dejaron una economía anémica a finales del siglo XX. Pero el argumento no toma en cuenta que las virtudes de los bancos centrales son reales únicamente bajo ciertos contextos institucionales. Puede que esos contextos no existan y que ex ante el Banco Central tenga bajos niveles de independencia, pero eso no significa que el proceso de creación de confianza no sea un proceso necesario. Porque, como en todo, las instituciones financieras y económicas no funcionan sino en un contexto político.

La moneda electrónica no debería ser en sí el objetivo (seríamos los primeros en implementar una moneda electrónica monopolizada por el Estado, lo cual es otro debate), sino esa creación de confianza y capacidad hacia las instituciones políticas, para devolverle un poco de soberanía macroeconómica al Estado, y un poco de poder frente al sistema financiero privado. (O)

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