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El Telégrafo
Salvador Izquierdo

Mediaagua (2020-2022)

02 de septiembre de 2022 - 00:00

Cuando tenía 40 años, sin experiencia previa y entre otras cosas, abrí un bar. Estábamos en plena pandemia así que emprender este tipo de negocio fue algo así como un acto de supervivencia, no solo mía, sino de la especie entera, tal y como la habíamos conocido aquellos que tuvimos un vistazo del Siglo XX. Un rechazo al modelo cyborg de la vida. Un lugar de encuentro y contacto humano. Pero es mentira, Mediaagua no era un bar sino un mini centro cultural. Había exposiciones de arte, lanzamientos de libros, cursos abiertos, talleres, conversatorios, funciones de cine, conciertos, terapias, comidas, mercados… También había un hermoso jardín con taxo, jazmín, floripondio y una cantidad indescriptible de plantas trepadoras y entre esas, otras, más chiquitas y misteriosas. Hasta había un joven eucalipto metido en una maceta de barro. Era todo eso: supervivencia, libros, jardín y también una forma más de generarme preocupaciones.

Perdí la cuenta de cuántas personas despistadas entraron a pedir algo. Un baño de humanidad y de conversaciones. Escuché, miré, bailé. La pandemia fue aplacándose. Pasaron innumerables horas en contemplación de la neblina que inundaba la Floresta. Ya había cómo quedarse hasta más tarde y la gente no se iba. Cayeron aguaceros y había que barrer el agua (sí, barrer). A veces la gente no llegaba y esperábamos. A veces se emborrachaban. Periódicamente se acababan las provisiones. Había que salir y regresar. Había tráfico. Pedir facturas con RUC. Hacer depósitos. Llamar a algún maestro para que arregle algo del baño. Llamar a casa. Un libro se vendía a las 11 de la noche. Mejorábamos la iluminación. Otro evento. Más libros a consignación. Otra visita guiada. Otra charla. Lavar platos. Cambiar la canción. Prender el hornito. Ir a la refrigeradora. Servir una cerveza. Traer un cenicero. Sentarse a leer en el jardín. Esperar más. Esperar de nuevo. Llovía otra vez. Ir por leña. Había una chimenea que no funcionaba tan bien pero igual. Pero igual.

            Gané amigos y perdí amigos en esa época. Algunos amigos que gané eran amigos de los que perdí. La neblina operaba como un recordatorio de que estaba viviendo en un sueño, de que algún rato iba a despertar y el pequeño negocio dejaría de ser un esfuerzo tan grande. Y un gusto tan grande. La neblina era un símbolo borroso de lo pasajero; y de que la juventud se me iba.

Para todo esto, tenía un trabajo regular, familia y ambiciones literarias. Una media agua, típicamente, es el lugar temporal que habitas mientras construyes algo más grande y definitivo. En mi caso, la descripción no pudo ser más exacta. Habitaba Mediaagua mientras construía, en mi mente, un diario de la niebla.

Gratitud brumosa hacia mis socios en esta aventura: Romina y Diego; a mis vecinos: Natalia y JJ (proveedores de ese jardín urbano, entre otras cosas); a Andrés y a Daniela, nuestra querida Wild Rabbit, y a todas las personas despistadas que entraron a pedir algo. Nos vemos Mediaagua, so long.

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