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El Telégrafo

Me gustan los estudiantes

20 de septiembre de 2011 - 00:00

Chile vive momentos críticos. Los estudiantes han puesto en jaque al modelo que se consolidó con la Concertación.
Esa concertación quizá retrata a una sociedad que nunca quiso, no pudo, desbaratar lo que el dictador Pinochet dejó montado tras muchos años de cruenta dictadura. Los chilenos prefirieron mirar a otro lado, como haciéndose de la vista gorda, para  desde lo muy formal erigirse en paradigma latinoamericano.

Su economía creció, las instituciones se fortalecieron, pero el miedo nunca se esfumó. En Santiago, durante y pos-Pinochet, la gente se acostumbró a hablar bajo, como susurrando. Siempre me llamó la atención la enorme cantidad de farmacias en el centro de la urbe, como si el tambo farmacéutico resultaba inevitable ante tanto estrés: miedo, vértigo, neoliberalismo.

En Chile los medios, la enorme mayoría, son de derecha, están concentrados y prefirieron callar. Hace no mucho un periódico -La Nación- cerró. Su línea editorial era distinta, crítica, pero a casi nadie, en el escenario de la política, le importó esa baja. En la Chile rica, los periodistas con buena formación y con carga de trabajo muy exigente, hasta los fines de semana, no ganan más de mil dólares.

Los chilenos jóvenes están de verdad muy inconformes con el Congreso; también han expresado su rechazo a los medios a los que no les creen; a los políticos los tienen bien medidos, por eso no cuentan con interlocutores válidos en esas filas.

Resulta hasta paradójico, en medio de una sociedad que se dice muy estructurada y formal, que los jóvenes estudiantes hayan sentado en la mesa de diálogo al mismo presidente de la República. Ahora ese diálogo está a punto de romperse y el Gobierno pretende chantajearlos con la declaración de plazo vencido a los créditos educativos. Pero ellos, los estudiantes, “...aves  que no se asustan de animal ni policía”, ya preparan nuevas manifestaciones que seguirán despertando a esa sociedad que se creyó que la inequidad podía durar eternamente.

Ahora en Chile se empieza ha escuchar una opción política que hasta hace no mucho era impensable: constituyente.

Refundar muchas cosas, empezando por una Constitución, herencia de Pinochet, que en cuestión de derechos civiles es una de las más anacrónicas de la región. La elección de Piñera no fue un accidente, fue la expresión decadente de un modelo que hace agua y que durante este año se ha venido acostumbrando a voces como las de Camila Vallejo, joven, de izquierda y que seguramente ha tarareado las letras de Violeta Parra.

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