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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

“Matrimonios y arcoíris”

11 de julio de 2018 - 00:00

En estas semanas se han ventilado todas las bajezas del género humano en las redes sociales. Todo el mundo anda con el ánimo caldeado como si cuatro días sin Mundial convirtieran a Twitter en Quito con lluvia en hora pico.

Una retahíla de agresiones, homofobia, insultos, medias verdades, burlas, Trump, completa falta de empatía para que sientas el maldito heteropatriarcado en toda la pantalla. Esta es la historia de dos personas que, en este festival de desilusiones sobre nuestra humanidad, decidieron hacer público su amor. Abro hilo.

Las dos mujeres en cuestión, a quienes no nombraré porque me olvidé de pedir su autorización para publicar su nombre y aquí en EL TELÉGRAFO somos serios y nos jactamos de nuestro código deontológico, se casaron y no me invitaron. Lo que se entiende porque no me siguen ni yo las sigo en Twitter.

Pero se casaron igual y una de ellas decidió publicar unas fotos de su boda, restregando su felicidad en nuestras caras, que para eso Dios hizo las redes, para que los mortales tengamos evidencia tangible de la felicidad ajena. RT y Like, que yo soy bien baboso de las bodas y nada me saca una sonrisa más rápido que dos personas amándose.

Aquí entra el arco dramático: no todo el mundo aprueba esta unión. ¿Amores del pasado?, ¿envidiosos? ¡No! Personas que ven como una afrenta personal que dos mujeres se amen, se casen, formen una familia, y críen una niña. Todas estas personas injuriando desde una lectura peculiar del amor bíblico. Que ni aquellos que bendecían en nombre de Dios esta unión se salvaban.

Raro, porque siempre pensé que el arcoíris era el pacto de Dios con el amor gay (en toda su amplitud). Ya habrá alguien que me corrija. Pero sí, anónimos internautas preocupadísimos por el futuro de la sociedad, de la raza humana, de la hija en cuestión, todo porque dos mujeres decidieron que nada les haría más feliz que verse las caras por el resto de sus días.

Particularmente dramáticos los clamores por la niña, quien “no puede elegir” vivir en una familia homoparental. Como si yo le preguntara a mis hijos si quieren vivir conmigo y su madre.

No todo está perdido. La abrumadora mayoría de los comentarios que recibieron eran positivos. ¿Quién no se alegra por la genuina felicidad ajena? Pues, aquellos que nos tienen legalmente atascados en el medioevo en cuestión de igualdad de derechos. Lo cual es frustrante. Pero qué mejor que combatirlo a punta de matrimonios y arcoíris. (O)

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