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El Telégrafo

Marchas y elecciones

10 de marzo de 2012 - 00:00

Si la política es la acción humana-social por definición, es decir, la que nos permite que seamos seres sociales, es de fácil comprensión que ese ser social esté impregnado de intereses de toda índole y a lo largo de toda su vida. Este ser social es dinámico, lleno de contradicciones, lo que no quiere decir inconsecuente, sino que se debate a lo largo de su vida en una lucha por ser reconocido y reconocerse a sí mismo, en cada acción o reacción, en un entorno natural y social, donde todos luchan por su lugar, por su espacio en un mundo público y privado.

Cuando esta separación entre lo público y lo privado no sucede de la mejor manera, es decir, de diferenciarse adecuadamente, lo que ocurre es que ambos se superponen y pueden llegar a distorsionarse. Si ocurre la distorsión, los intereses privados pueden pasar por públicos y viceversa, causando estragos en el entorno social donde vivimos. Y una de las evidencias de la confusión de espacios o esferas es llevar valores morales de la esfera privada a la esfera pública, donde prima o debe primar una ética, que de principio se sustenta, se sostiene, en lo que es común y necesario para la preservación de la vida humana en sociedad.

Esos valores morales en sociedad, dado que se sustentan en intereses individuales, sumamente particulares, traen como consecuencia el creer que esa moral debe ser la de todos, lo cual choca en el espacio público porque hay miles de otros que también tienen su moral de grupo, de estamento, casta, clases, estrato, etc., lo que termina afectando la dimensión de lo público.

Ejemplo es que se juzga la política como buena o mala -algo que el neoliberalismo supo aprovechar con mucho éxito para desmovilizar políticamente a las sociedades-. En el caso ecuatoriano, radica en el armado histórico de su Estado y sociedad.

Ahora, a propósito de las marchas, contramarchas y las futuras elecciones, brotan ciertos moralismos. Todos, hasta este día, niegan que haya intereses electorales, detrás. La pregunta que surge es: ¿cuál es el problema en que haya intereses electorales? ¿Acaso es algo de lo que haya que avergonzarse? ¿Cuál es el temor de decirlo públicamente? ¿Es indigno declararlo? En cualquier caso, se observa en lo público, en las acciones políticas de ambos bandos, cómo un moralismo equivocado se desplaza de lo privado a lo público.

Se da algo parecido a sentir una vergüenza ajena, si se reconoce que hay intereses político-electorales. Hay que declarar con plena libertad que también se movilizan por las elecciones futuras. El problema central, en casi toda la oposición al régimen, es tener una confluencia de precandidatos, de todo tipo, y una mínima plataforma programática, un pobre ideario político, una ultra ideologización y una pobre renovación de consignas. Y el régimen, un exceso de tecnicismo. Es una exigencia ética declarar que las acciones políticas también son electorales. Un Estado Popular exige superar ambas...

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