Decía una persona en redes sociales que “cualquiera que se mantenga fiel a sí mismo y defienda lo que es (y siente), por encima de siglos de agresiones y estigmas, merece que le pavimentemos las calles de orgullo. Ser uno mismo es oro en medio de tanta mojigatería e hipocresía”.
Y así es. Es vano detenerse a responder las inquietudes de por qué no hacer entonces un orgullo heterosexual; pregúntense entonces si alguna vez le cuestionaron su rol hetero o sus derechos por su preferencia sexual en la sociedad, su familia, su escuela, su trabajo, en las entrevistas de Alfredo Pinoargote y un largo etcétera.
Y pienso que ahora es más importante en este país, que las propias personas identificadas bajo las siglas LGBTI, lesbianas, gais, bisexuales, transgénero e intersexuales se visibilicen sin temor. En esas siglas podría incluirse la H, la de los heterosexuales; de aquellos amigos, padres, hermanos, hijos, tíos, colegas de trabajo o del común de humanos que entiende que se defiende la vida de las personas tras siglos de estigmas que han provocado millones de muertes, desde asesinatos de odio hasta suicidios por depresión, acoso y culpa. Deben también salir del armario las voces de los hetero, para hacerse escuchar. Si es político o política, mejor.
El silencio mata y no es dable que, ante una arremetida fundamentalista, se pretenda consentir en el país, que aún el lenguaje violento en la calle, en la televisión, en órganos del poder público como la Asamblea, unos ciudadanos digan desde su visión particular, que el ser y existir de otros no es correcto y que las leyes deban restringir su vida, realización personal, oportunidades y felicidad.
Marsha P. Johnson, mujer trans, adulta mayor y negra, motivó hace 50 años, en Nueva York, salir a la calle a protestar contra la discriminación; y cambió el mundo. Cinco décadas después aún falta por hacer. Así que guarde sus esqueletos en el armario, póngales candado, pierda las llaves y salga a defender sus derechos y su existencia.
¡Feliz Orgullo! (O)
