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El Telégrafo
Antonio Quezada Pavón

Irresponsabilidad

04 de abril de 2019 - 00:00

Los desastres naturales se incrementan en su frecuencia y severidad, por lo cual los esfuerzos para su recuperación toman más tiempo y cuestan mucho dinero. Por eso todos debemos prepararnos con mucha anticipación, pues tenemos, por un lado, el cambio climático y, por el otro, la elevación del nivel del mar. Son temas que nos preocupan, pero que no hacemos mucho por su costo y por comodidad.

En nuestro medio hemos tenido un desastroso terremoto en 2016 que afectó Manabí y Esmeraldas, incendios forestales en la Sierra que han destruido miles de hectáreas de necesario bosque y ahora las inundaciones causadas por un mediano fenómeno El Niño, para el que aparentemente no estuvimos preparados.

Amanecimos el domingo 31 de marzo con fuertes temblores de variada magnitud que afectaron, sin desgracias personales, la zona costera de la provincia de Santa Elena. Era el último fin de semana antes del regreso a clases en la Costa y había gran cantidad de turistas en las ciudades y comunas de esta provincia. Estaba en mi comuna de Ayangue y conté 5 movimientos telúricos seguidos (me dicen que hubo 10 y más de 50 réplicas). Por curiosidad salimos al centro del pueblo para ver qué pasaba. Era un caos. La única vía de acceso a la comuna estaba taponada por los vehículos que querían salir y los pocos que entraban.

Me enviaron videos de lo que ocurría en Salinas, La Libertad y Santa Elena. La confusión de la gente por el deseo de escapar de la playa y regresar en su mayoría a Guayaquil, generó columnas de vehículos que casi no se movían.

No estamos preparados para una emergencia de este tipo, las autoridades encargadas de alertar a la gente tienen muy baja capacidad de respuesta y los simulacros han probado ser ineficientes. No sabemos cómo actuar ante un desastre.

Lo más curioso fue que luego del fuerte temblor de las 09:00 del domingo, decidí regresar y en la carretera hallé una inmensa columna de vehículos rumbo a la playa, como si no hubiera pasado nada. ¿Qué tal si realmente hubiéramos tenido una grave emergencia telúrica? ¿Cuáles hubieran sido las consecuencias? Tenemos que meditar seriamente en estos temas y dejar nuestra cultura del “dale nomás, que no pasa nada”. (O)

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