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El Telégrafo
Werner Vásquez Von Schoettler

Lula del PT

11 de abril de 2018 - 00:00

Otra vez los medios de comunicación privados nos juegan otra pasada reduccionista, al poner a Lula como modelo ejemplar de castigado por la justicia. Han construido durante años una muralla de silencios intencionados respecto a su trayectoria histórica, lo logrado en su gobierno y las luchas históricas que él mismo ha enfrentado contra una sociedad, un Estado y unas élites puramente coloniales.

Cuando decimos Lula no es un culto a la personalidad, peor aún a las formas enfermizas de los mesías -en cualquiera de sus lecturas-, sino que el proceso revolucionario brasileño encuentra en él su mejor representación de lo popular, de lo sindical, de la izquierda progresista.

A diferencia de otros procesos, el Partido de los Trabajadores supo cuajar las demandas sociales, pero cometió un gran error, ya en el gobierno de Dilma, de transar, de “dialogar” con ciertas élites, creyendo, ingenuamente, que abrirse a “otros sectores” le permitiría alcanzar mayor legitimidad y gobernabilidad.

Lo que pasó ya lo sabemos, pero lo que ha pasado con Lula, más allá de su ingreso a la cárcel, siendo el político con mayor credibilidad y más opciones para alcanzar la presidencia de la República, es inaudito en la historia -esquizofrénica- de América Latina.

Las élites en pocos años profundizaron la despolitización, evangelizando la política: entre el bien y el mal. Los medios de comunicación brasileños jugaron sus cartas con su industria cultural para “rectificar” la historia y su destino. Gritan: ¡Orden y progreso! La vieja consigna de la dominación latifundista, la que ha logrado privatizar más de la mitad del territorio brasileño. Y seguir soñando con ser un imperio que mire al Atlántico y no al Pacífico.

Las rancias élites se han demostrado en todo su esplendor, pero no hay duda de que hay una subestimación profunda de las fuerzas populares, su religiosidad liberadora, guste o no. Brasil es el mejor ejemplo de la complejidad de la política en la región. Y que las lecturas reduccionistas no funcionan.

Ahí tenemos a una Colombia en un punto de quiebre impensable, que no hubiese sido posible sin el proceso de paz. La izquierda progresista tiene su fuerte no en sus líderes -siendo necesarios-, sino en sus estructuras políticas, nucleadas en lo popular.

¡Lecciones a aprender! (O)

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