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El Telégrafo
Christian Gallo Molina

Luchando, para no estar muertos

09 de agosto de 2021 - 01:07

Cuenta Ray Bradbury en la introducción de «El hombre ilustrado» (The Ilustrated Man, 1951), que una noche, mientras se encontraba en una brasserie en París, empezó a charlar con el joven camarero que lo atendía. Este, le comentó que en ocasiones trabajaba hasta catorce horas luego de lo cual se iba a bailar hasta bien entrada la mañana; luego, dormía unas pocas horas más y regresaba nuevamente al trabajo. Cuando el escritor le preguntó por qué lo hacía, el muchacho le dijo que dormir es igual a estar muerto y que no quería que eso ocurra.

Posterior a ello, el joven preguntó al autor qué hacía este a las tres de la mañana, a lo que supo responderle que escribir… para no estar muerto, al igual que él. La conversación mantenida con el joven camarero en aquel local de París sirvió para que Bradbury se preguntase ¿cuál es la coreografía con la que engañamos a la muerte?

La lucha del ser humano siempre será contra el tiempo y por ende contra la muerte. Dice Marguerite Yourcenar, tomando la figura del emperador Adriano, que la vida es una derrota aceptada, pues decir que nuestros días están contados no tiene sentido alguno: siempre ha sido así desde que nacemos, lo único que tenemos a nuestro favor es la incertidumbre, bendita incertidumbre que nos permite hacer camino y engañar a la muerte. Claro está, que en muchas ocasiones el camino se torna desigual y es ahí donde el hombre, dotado de esa capacidad extraordinaria de superación y resiliencia, encuentra el sentido a su existencia.

Las últimas semanas hemos sido testigos del mejor ejemplo de superación, de cómo el hombre se superpone a sus límites y capacidades para vencerse a sí mismo y superar a la muerte. Lo conquistado por todos los deportistas que participaron en la última olimpiada y las circunstancias que tuvieron que atravesar para llegar a la cima se han convertido así, en la mejor muestra de cómo el ser humano, a pesar de la adversidad y la desigualdad, puede alcanzar la gloria y por qué no, la inmortalidad, pues el deporte y el arte, quizá, son las actividades más excelsas y concretas a través de las cuales el ser humano no solo engaña, sino que vence a la muerte ya que la valentía y la belleza son las pocas capaces de vencer al tiempo y supervivir a sus creadores y portadores.

Mención aparte merecen nuestros atletas quienes, como verdaderos alquimistas, han sabido convertir historias desgarradoras que bien podrían causar desaliento a cualquier persona, en la fuerza vital necesaria que los ha llevado a elevarse a la categoría de prohombres que nuestra Patria tiene el orgullo de llamar hijos y nosotros, hermanos.

Dice Springsteen en una de sus más memorables canciones, «hay quienes simplemente renuncian a vivir y empiezan a sucumbir poco a poco, pedazo a pedazo; hay quienes llegan a casa del trabajo, se lavan y salen a luchar en la calle».

Pienso, que al igual que el camarero de la anécdota de Bradbury, la vida está para aquellos que no sucumben y que, a pesar de todas las adversidades, sacrifican todo cuanto tienen para engañar a la muerte y vencer a esta derrota aceptada.

Años de entrenamiento, innumerables horas de soñar despiertos, luchando, para no estar muertos… que el olvido no derrote a su esfuerzo.

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