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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Los secretos de Quito

30 de noviembre de 2017 - 00:00

Buscamos a la ciudad amada a la distancia. Cuando somos jóvenes nos atraen los lugares tumultuosos, el vértigo, los zaguanes para burlar a la lluvia, el graderío de la Calle del Suspiro para mirar a Quito. A veces, la nostalgia del Seseribó con los personajes, nuestros amigos esperpénticos, como un óleo de Stornaiolo donde también aparecen nuestros ojos. ¿A dónde iremos ahora que cierra el Pobre Diablo?

Con más edad, mirar a la distancia del Itchimbía las cúpulas neogóticas de la Basílica y sus seres fantásticos del mundo andino; el farallón del Pichincha en medio de nubes oscuras, como si se tratara de un cuadro dantesco de Guayasamín o las líneas de Tejada.

Las ciudades, como nos recuerda Ítalo Calvino, nos acometen después de haber vagado tanto tiempo por la selva. Volvemos insistentes. Interrogamos los recuerdos transformados por la memoria, porque la ‘Torera’ -la única aristocrática quiteña- aún nos espera sentada en la Mama Cuchara. Y, claro don Evaristo Corral y Chancleta y el eterno Zarzosita junto al Chulla Romero y Flores, una realidad de máscara que aún camina por las calles y come mote a escondidas.

Pero, antes, uno de los seres más fantásticos: Cantuña, capaz de engañar a sus propios historiadores que quisieron hacer de él una metáfora para el adoctrinamiento. También los más pendencieros al estilo de Manuel de Almeida que se transformaba en libertino apenas traspasaba los hombros del Cristo que lo miraba con indulgencia. La franciscana urbe nunca fue la misma desde que llegó la Chilena y hasta la Casa del Toro, con sus dibujos de los trabajos de Hércules, tuvo que abrir sus puertas. Sí, porque allí en frente estaba la casa de Sebastián de Benalcázar quien, con el apellido de Moyano, huyó de esa España para fundar una ciudad en medio de las cenizas.

Qué iba a sospechar que por esas futuras callejuelas caminaría Eugenio de Santa Cruz y Espejo meditando en las ideas libertarias y la premonición de la masacre. Todo para que, en otro siglo, el amante de los volcanes Gabriel García Moreno fundara un observatorio astronómico o Eloy Alfaro escuchara el fragor de un tren imposible. Pero nada sería esta ciudad sin sus periferias y sus chagras, "yo soy paisano, me voy a Quito / me han comentado que hay lindas guambras". Quito, ciudad de laberintos en medio de quebradas y de montes desde donde se adoraba a la luna. Porque antes de su fundación ya existía un orbe, donde Quitumbe venía del mar… (O)

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