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El Telégrafo

Los retos de la cultura

09 de agosto de 2012 - 00:00

Concluye en estos días el proceso electoral de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, instaurado para elegir sus nuevas autoridades nacionales. Y concluye de manera nada  edificante debido a las manipulaciones de la presidencia de la institución y la llamada Comisión Política, ente extralegal que fue creado por la Junta Plenaria, el máximo organismo de la Casa, con la finalidad de dialogar con la Asamblea Nacional respecto del proyecto de Ley de la Cultura, pero que terminó siendo el poder sobre el poder.

Por ahora señalemos algunos problemas de bulto que han surgido en este proceso, del cual somos testigos excepcionales por haber recorrido las 24 provincias del país, manteniendo reuniones con los núcleos provinciales de la Casa, así como diálogos con diversos sectores de la ciudadanía y con toda clase de medios. Los problemas que saltan a la vista son dos vicios mayúsculos de la institución: el elitismo y el centralismo. 

El elitismo ha convertido a la Casa en pequeños cenáculos donde unos cuantos “cultos” viven del autoelogio, las condecoraciones, el favoritismo editorial, los viáticos para reuniones y misiones intrascendentes. A parejas de lo dicho, tenemos una notable ausencia de juventud, de nuevos creadores, de nexos con las más importantes comunidades. Algunos datos lo confirman: por ejemplo, en un país de 15 millones de habitantes, la membresía total es de apenas 3.700, de los cuales acudieron a las urnas menos del 50 por ciento, y en Guayaquil apenas el 25 por ciento.

Esto revela, de paso, absoluta falta de interés en los destinos de la Casa. Respecto de la incomunicación con el pueblo, hay casos de escándalo, como lo que sucede en Imbabura, en donde ni la crecida población indígena ni la población afrodescendiente que vive en el Valle del Chota tienen relaciones con el Núcleo Provincial, pese a sus grandes virtuosidades artísticas en el campo de la música y la danza. Igual ocurre con los artesanos y artistas de la madera, de los tejidos y bordados.

En cuanto al centralismo, este se ubica tanto en la matriz como en las diversas capitales de provincia, la primera concentrando su gestión en la capital, Quito, y los directorios provinciales sin desarrollar ni crear los núcleos cantonales, donde se concentran los sectores afectados de mayor marginalidad y exclusión.

Otro de los fenómenos detectados en el proceso es el caciquismo cultural instalado por décadas en algunos núcleos provinciales, con dirigentes que mantienen círculos de adictos sin perfil cultural alguno, inscriben miembros con criterio clientelar, expulsan a otros sin el debido proceso y castigan a funcionarios y trabajadores que no son de su simpatía o que se niegan al papel de esbirros.  

Estas breves anotaciones de la punzante problemática de la Casa de Benjamín Carrión son únicamente indicios de lo que sucede allí, como un acumulado de décadas y de varias administraciones. Superar esta situación es una suma de retos y entraña toda una revolución.

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