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El Telégrafo

Los relatos de Tomás Ochoa

08 de junio de 2012 - 00:00

Tomás Ochoa es sobre todo un cuestionador permanente; un transgresor. Como corresponde a todo gran artista.  Indaga, investiga, reflexiona, experimenta y critica con dureza. Como debe ser.

Es su primera gran muestra en Quito, muy bien curada y montada, en tres salas del Centro de Arte Contemporáneo de Quito encontramos a un Ochoa sólido, seguro y con un lenguaje discursivo claro y contundente. No se pierde en adornos innecesarios ni se desvía en busca del elogio fácil.

“Devenir animal” son múltiples retratos de jornaleros de la plaza de San Francisco, en Cuenca, con sus rostros curtidos por la espera y sus miradas que nos interrogan recriminándonos. Jornaleros que cada día esperan ser contratados para cualquier trabajo precario y temporal. Y los cuyes listos para el sacrificio. Las fotografías y los retratos los salva del dolor y el olvido. Los vuelve visibles, no importa que su presencia moleste y sea la evidencia de la exclusión y la marginación.

En “La casa ideal” Ochoa acude a la fotografía y al video, algo en lo que está trabajando ya desde la década anterior. Un edificio (a medio hacer) replicado, una y otra vez, nos genera la sensación de poblamiento. Esos edificios de las grandes urbes que se sirven de la mano de obra barata de los inmigrantes. Es complementado con un video con entrevistas a los obreros de la construcción,  quienes cuentan (vaya paradoja) cuál sería la casa de sus sueños.

“Pecados originales” es una propuesta trabajada el año anterior a partir de imágenes de los siglo XIX y XX y cuestiona las famosas misiones geodésicas que llegaron al Ecuador y que, además de medir el meridiano, sirvieron para generar jerarquías discriminatorias (religiosas y raciales) y consolidar esa mirada colonial impuesta en la conquista.  

“Máquinas de guerra” tiene su origen en el libro de Theodor de Bry, quien realiza ilustraciones sobre la base de narraciones construyendo una iconografía totalmente distorsionada, racista y prejuiciada, como se puede apreciar en la reproducción del libro que da paso a la propuesta estética de Ochoa: unos indígenas nativos vierten oro derretido en la boca de un conquistador español, con el fin de saciar su codicia.

Esta escena es representada en un video que repitiéndose adquiere un nuevo sentido, pues los personajes son inmigrantes que viven en España. Recordemos que el propio Tomás vivía entonces, 2009, en España. Quizá por ello los indios salvajes son reemplazados  por obreros de la construcción. Aquellos ecuatorianos que huyeron de la crisis para, en la precariedad cotidiana, tan solo prolongar esa crisis. Pero, además, solos y en un país ajeno.

Con esta exposición, Tomás Ochoa nos muestra no solo la profundidad y coherencia de su propuesta estética, su manejo de la técnica, sino también la constatación de que su obra ha dejado ya una huella imborrable en la plástica contemporánea.

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