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El Telégrafo

Los que cambian de bando

24 de febrero de 2012 - 00:00

En Argentina son, por un breve período, los mimados por la televisión privada y opositora: mientras pertenecieron al Gobierno fueron estigmatizados y silenciados, pero si un día deciden pasar a formar parte de las oposiciones políticas  cuentan con sorprendente presencia en los medios, se les rinde pleitesía, se los aplaude y adula sospechosa y excesivamente.

Un caso llamativo es el del ex ministro Lusteau, quien fuera nada menos que quien pergeñó la resolución 125 por la cual los propietarios agrarios se lanzaron a las rutas en una actitud abiertamente destituyente, durante el año 2008. Salió del Gobierno sin pena ni gloria, pero luego fue un permanente invitado de programas televisivos, e incluso un mimado de las revistas del corazón y los chismes faranduleros.

Llama la atención, en la polarización política que se da en algunos de nuestros países, que quienes hasta ayer estaban en el Gobierno, pasen al día siguiente a posiciones opositoras extremas y sin matices. Hay todo el derecho a la disensión y la diferencia de criterio; pero es menos explicable que haya quienes caigan abiertamente en brazos de quienes hasta horas antes fueron sus adversarios políticos e ideológicos.

En esos sorprendentes arrumacos los que salen perdiendo -a mediano plazo- son los políticos que (a veces de buena fe) se dejan promocionar por las derechas ideológicas a las cuales ellos no han pertenecido. Suelen descontrolarse por la súbita presencia mediática, por el hecho para ellos inédito de que los adulen y los traten privilegiadamente.

Pero ello tiene un precio: nadie les cree a los advenedizos; resultan inconfiables para aquellos a que abandonaron, tanto como a los que los reciben ahora con sonrisas hipócritas. E

stos últimos buscarán usar sus servicios y luego dejarlos de lado, sabidos de que las convicciones de estos “transformers” son demasiado cambiantes.

Por ello, es comprensible que el ejercicio del derecho a no coincidir pueda terminar en abandono de una organización política. Pero desde el nuevo sitio político habrá que seguir defendiendo los mismos principios y valores que se defendía anteriormente; cuando no es así, el dimitente se convierte en juguete de la voluntad de otros.

Afortunadamente, hay en nuestros países algunos ejemplos diferentes, de quienes dejaron a los gobiernos, pero no abdicaron de sus posiciones. Pero hay que decir, y es de lamentar, que no son esos los casos que predominan.

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