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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Los otros culpables

22 de agosto de 2014 - 00:00

Mientras el conflicto en Gaza dejó de entrar en el ciclo mediático, desplazado por Charlie Sheen lanzándose un cubo de dinero sobre él; mientras las publicaciones en Facebook ya no están plagadas de fotos y videos condenando los ataques israelíes; mientras el último cese al fuego, uno que duró nueve días y que, desde el principio, ya parecía ser simplemente una pausa antes de entrar a una nueva etapa del conflicto, el número de muertes palestinas en Gaza se acerca a 2.500 y en la cuenta israelí está en 64 soldados y 3 civiles.

Al igual que con el resto de guerras (étnicas, civiles o territoriales) que han acosado a Medio Oriente en los últimos 5 años, su volatilidad solo es comparable con su incapacidad de trascender en la conciencia global por más de lo que dura su novelería. Egipto, después de su ‘Primavera Árabe’, regresó al viejo modelo de un Estado militar. ¿Siria? La guerra civil que se libra adentro ha desplazado a más de un millón de personas. Naciones Unidas tuvo que enviar aeronaves humanitarias a regiones que han quedado incomunicadas con el mundo por la guerra. Las condiciones en los campos de las Naciones Unidas en Sudán del Sur son inhumanas, en medio del asesinato étnico.

En Gaza, las complejidades del conflicto han determinado también su crueldad. El Ejército israelí ha mostrado el lado atroz y sanguinario de la ocupación de los territorios palestinos. Han sido condenados y, a pesar de la presión internacional, su retórica y accionar guerrerista se han mantenido. La disminución en el interés mediático y la posición que ha tomado Hamás frente al desarrollo del conflicto ha jugado a favor de la posición política del Gobierno israelí.

Hace un par de días, el líder de Hamás, Salah el-Aruri, admitió la intervención del grupo en el secuestro y asesinato de tres jóvenes israelíes, uno de los eventos que desencadenó los ataques. Lo hizo desde Turquía. A decir más, desde la comodidad de Turquía. Con el empuje que supuso esta revelación, el Gobierno israelí inició una serie de ataques que terminó con el asesinato de tres líderes de Hamás en Palestina. No hubo muertes civiles (lo cual suma a la muy desgastada imagen israelí) y generó la furia de los ciudadanos de Rafah, pero también la desmoralización del brazo armado de Hamás, que hace mucho se sabía que era el dominante y más visible.

Y ese es el gran problema. Mientras el acercamiento israelí al conflicto es condenable (y desde esta columna lo ha sido), uno no puede dejar de pensar que, como todo conflicto, la unilateralidad no suele ser la regla. Y que Hamás, al igual que el Gobierno israelí, deberá responder por el uso que dio al mandato democrático (¿?) que le fue entregado.

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