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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Los monstruos detrás de Pokémon Go

29 de julio de 2016 - 00:00

Más popular que Twitter. Más googleado que pornografía. Personas se acuchillan en su nombre. Personas han sido asaltadas. Personas han caído de quebradas. Personas han encontrado cuerpos sin vida en ríos. Mourinho no quiere que lo jueguen. El presidente Maduro lo ha ligado a la cultura de muerte que ha propagado el capitalismo a través de la creación de realidades virtuales. Y Fander Falconí, en un artículo publicado el miércoles en El Telégrafo, comparó la dinámica del juego con la profesión de cazarrecompensas, “perseguidor de esclavos fugitivos”. Esto ha generado Pokémon Go.

Estos dos últimos, están leyendo mal al juego. Concuerdo en que el capitalismo ha creado una cultura de muerte, como sugiere el presidente Maduro, y que los grandes beneficiarios del capitalismo son premiados por el mercado con más dinero, como sugiere Falconí, pero lo mismo se puede decir de tantos otros “productos del capitalismo”, lo cual no vuelve a Pokémon Go particularmente excepcional, más allá de su novedad. Porque esa crítica a los juegos de video en general (y a Pokémon Go en particular), aunque también válida, se vuelve anacrónica.

No solo son los estudios que sugieren que los juegos de video ayudan a desarrollar la motricidad y que, incluso los juegos violentos, sirven como mecanismos de desahogo, sino que Pokémon Go ha transformado, de manera masiva, la dinámica de los juegos de video, de un entretenimiento mayormente individual y aislante, a uno donde se premia la exploración y la interacción. No va a revivir la utopía de antaño, todos jugando en el parque, y conversando, y alejados de un pantalla, pero por lo menos el juego te saca de la soledad de un cuarto y te obliga a interactuar con el mundo, así sea que lo hagas con el cuello torcido, y mirando hacia abajo.

Es decir, no creo que este fenómeno sea el mejor ejemplo para condenar los vicios del capitalismo. No por eso, el juego debe no ser criticado. Solo que la crítica tiene que ser enfocada hacia su estructura. Porque es justo en esta parte del juego donde está lo más fascinante y estremecedor. El juego carece de historia y no hay otra motivación para estar atento y participar que la de atrapar pokémones. La verdadera novedad está en el experimento social. Y cómo desde este ensayo permitimos (o permitiremos) que toda esta información sea utilizada de la misma manera en que Facebook lo hace con nuestros datos. Google lo ha hecho, Microsoft, Apple y todos estos, en conjunto con la NSA.

Pokémon Go va más allá de la información que terminamos compartiendo cuando usamos aplicaciones como Google Maps, por ejemplo (que es una de las plataformas que utiliza el juego para funcionar). No es solo la data sobre los lugares a los que vamos, en los tiempos en los que vamos, y las razones por las que vamos. Es también la manera en que podemos ser motivados para hacerlo y las interacciones que nacen de estos movimientos. Es explotar la mentalidad de la viralidad mediática con el comportamiento de masas y tener toda esa información almacenada en un mismo lugar.

Este tipo de extracción de datos fue denunciado por Oliver Stone mientras presentaba su película sobre Edward Snowden. Su crítica no fue tanto hacia el capitalismo violento, sino hacia el “capitalismo de vigilancia”. Y el tono puede sonar harto conspirativo, pero esa idea alguna vez abstracta de que “nos vigilan”, se ha vuelto cada más concreta, mundana, y peligrosa. Entonces, más que de los “monstruos de Pokémon Go”, de lo que deberíamos estar preocupados es de los “monstruos” detrás de Pokémon Go. Del voluntarismo con el que renunciamos a nuestra privacidad por atrapar ficciones.(I)

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