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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Los límites de la ridiculez

30 de enero de 2015 - 00:00

Hay un problema, un serio problema, cuando asumimos como representación de la realidad a las redes sociales. Ese conglomerado que creamos nosotros a través de nuestras decisiones y complejos algoritmos utilizados para vendernos algo, y asumimos, dentro de nuestros delirios paranoicos o de grandeza, que son la representación del universo que nos rodea.

Debe ser esa conveniencia del anonimato. Un anonimato que supera el del seudónimo. El anonimato de las redes es la constante duda sobre el otro. Son las motivaciones ocultas detrás de un ethos digital. Pero también es un anonimato liberador. Liberador en nuestra capacidad de criticar, señalar y ridiculizar sin la imperante sensación de una retribución física. También es liberador en la manera que corta nuestros filtros de estupidez, ese freno que nos hace pensar dos veces cuando nuestra audiencia es de carne y hueso, pero que en la inmediatez de internet y en la frialdad de una pantalla titilante y expectante se diluye. Sí, Twitter y Facebook se han convertido en megáfonos de la estupidez, la intolerancia y el mal gusto. Pero también se han convertido en vehículos de protesta y crítica. No será el non plus ultra que se auguraba después de la Primavera Árabe, pero sin duda es un espacio, técnicamente infinito, donde se ha dado cabida para un poco de todo, incluida una crítica más abierta y franca.

Por su naturaleza, las redes sociales nos han permitido reconstruirnos y reconstruir nuestro entorno a la medida de nuestras preferencias. Son lo que nosotros estamos dispuestos a crear y lo que estamos dispuestos a obviar. Son círculos donde siempre estaremos en la mayoría. Son círculos donde las asonancias son más notables y amenazadoras. Pero caer en el juego de esa realidad creada a medida es de tontos. Que la autoridad lo haga desafía los límites de la ridiculez.

Es una batalla que no puede ganar. Es una batalla que no debe ganar.

Irse en contra de algo tan efímero e inmaterial como una construcción digital es como intentar detener arena entre tus manos: la mayoría se te caerá, y el resto se te quedará entre las uñas. Y le darás la plataforma y notoriedad que no tenía antes. Porque de los círculos que creaste en lo ficticio, lo llevarás al círculo de tu realidad. Un gobierno le dará una plataforma nacional, un espacio conflictivo que, con razón, se pone del lado del oprimido.

Pero también demuestra a los extremos que puede llegar la profunda intolerancia a la crítica que tiene el poder. Una suerte de paranoia incrustada en alguien parte del círculo de poder que, dentro de las exigencias propias de administrar un país, encuentra el tiempo y los recursos para irritarse frente a una sátira elemental y aleatoria, producto de lo que se consume en internet.

El poder, en los límites de la ridiculez, no entiende que irse contra uno, motiva que se multiplique. En lo límites de la ridiculez, el poder ve cucos en todas partes. En los límites de la ridiculez, el poder pierde su capacidad de reírse de si mismo, y en este vacío, pierde también su tolerancia. Los límites de la ridiculez termina siendo un terreno peligroso.

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