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El Telégrafo

Los indignados de la Calle del Muro

08 de octubre de 2011 - 00:00

En el documental “Capitalism: A Love Story” (2009), el director Michael Moore acordona con cinta amarilla -esa que usan en CSI Miami- una parte del centro financiero de Nueva York, en el bajo Manhattan. Megáfono en mano arremete con los culpables de la debacle financiera que envió a muchos a la bancarrota o al suicidio. Pocos lo escuchan…

Pocos años después, regresa ante el sitio donde los “okupas” o “indignados” de Wall Street han colocado sus carpas contra la avaricia y la codicia de menos del 1 por ciento, que atenta contra el 99 por ciento del planeta. Grita: “Ha llegado la hora de hacer pagar a los ricos. ¡Que paguen impuestos! Son ladrones, gánsteres, cleptómanos. Han intentado quitarnos nuestra democracia y convertirla en hipocresía”. Al fondo, carteles: “A los bancos los rescataron, a nosotros nos timaron”, “Después de la primavera árabe, llega el otoño americano”.

 

Más allá de los otros “okupas” de casas abandonadas, está el libro “¡Indignaos!”, del nonagenario Stéphane Hessel, quien encendió la mecha del M15, en Madrid, para convertirse en una ola global (incluidos los estudiantes chilenos batallando contra el espejismo que dejó Pinochet).

“Estamos ante un mundo al revés, que recompensa a sus arruinadores en lugar de castigarlos, ya que es evidente que no ha habido ni un solo preso en Wall Street entre los banqueros que provocaron esta crisis planetaria y en cambio hay millones de presos por haber robado algo de comida con qué alimentar a su familia”, exclama Eduardo Galeano, y va más allá: “Vivimos un mundo de mierda”. El autor de “Patas arriba. La escuela del mundo al revés” nos recuerda: “Wall Street se llama así, Calle del Muro, por el muro alzado hace siglos para que no se fugaran los negros esclavos: Wall Street es actualmente el centro de la gran timba electrónica universal, y la humanidad entera está prisionera de las decisiones que allí se toman. La economía virtual traslada capitales, derriba precios, despluma incautos, arruina países y, en un santiamén, fabrica millonarios y mendigos”.

Y hay más. En 1885, ante la compra de tierras, el indio Seattle dijo: “¿Cómo se puede comprar o vender el cielo? ¿Acaso se puede poseer la lluvia y el viento?”. Al fin, la isla de Manhattan fue “adquirida” por los holandeses a los indios en 72 dólares actuales.

Mas, el hombre que cantó el vigoroso nacimiento del país del bisonte, Walt Whitman, ya nos advirtió desde el siglo XIX en su canto a los animales: “/ ni uno solo es más decente o más desdichado sobre la faz de la Tierra / ni uno solo anda en esa locura de tener cosas…”.

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