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El Telégrafo

Los funerales del héroe

14 de marzo de 2013 - 00:00

Solo en los poemas épicos griegos y las leyendas celtas pueden hallarse símiles de lo que acaba de ocurrir en Venezuela: un pueblo entero llorando por el héroe muerto. En esta tragedia contemporánea, son millones de personas haciendo cola bajo la canícula tropical con el objeto de mirar por última vez el cadáver de su invencible campeón nacional, derrotado únicamente por la muerte.

Lo que estamos viendo no es necrofagia, culto a la muerte, sino culto a la vida bien vivida, derramada en la entrega a los demás y especialmente a los más pobres y desamparados del mundo. Sí, hablo de los pobres del mundo y no de los pobres de Venezuela únicamente. Estos últimos, olvidados durante siglos por la vieja partidocracia venezolana, fueron redescubiertos por Chávez para la política y para la historia, y convertidos en el referente fundamental de su acción de gobierno. Así, pues, cuidarlos era, en esencia, su responsabilidad de estadista.

En cambio los otros, los de más allá de las fronteras propias, no eran su responsabilidad, pese a lo cual Chávez también se interesó por ellos. Así, su mano generosa se extendió por encima de fronteras y responsabilidades nacionales para llevar un poco de humanidad a los pobres de otras latitudes.

Mediante los tratos del ALBA y PETROCARIBE ayudó a muchos países pobres de nuestra América a tener energía barata y sostener programas sociales de alimentos, becas estudiantiles, microcréditos y subsidios al transporte popular.

Y ayudó de igual modo a gentes marginadas de otras partes del mundo y aun de los Estados Unidos, donde los pobres del Mississippi, Luisiana y Florida, vapuleados por el huracán Katrina, se han beneficiado desde 2005 de programas venezolanos de ayuda energética, al igual que los habitantes del barrio neoyorkino de Bronx, uno de los distritos más pobres de EE.UU. Ese era el modo con que él entendía la solidaridad humana, valor opuesto del todo al lucro y la competitividad capitalistas.

Para la derecha venezolana se trataba de simple derroche demagógico, de malversación de los recursos nacionales, de regalos para mantener a pueblos infelices y gentes vagas. Así lo dijeron y lo dicen en múltiples tonos. Para el tele-evangelista norteamericano Pat Robertson, favorito de George Bush, Chávez era un monstruo al que había que asesinar. Y Nancy Pelossi, líder de la mayoría demócrata en el Congreso de EE.UU., dijo en 2006 que Chávez “se hace la ilusión de ser un Simón Bolívar contemporáneo, cuando en realidad es un matón moderno”.

Para su pueblo, al que educó en el abecedario de los derechos políticos y sociales, fue una especie de gran padre de la nación, que tutelaba sus intereses enfrentando a la oligarquía y al poder imperial a la vez. Y para los demás pueblos de nuestra América fue una suerte de nuevo Libertador y promotor de la Patria Grande.

Así se explica este sorprendente fenómeno político, de pueblos enteros cautivados por la imagen de un héroe contemporáneo, que se empeñan en seguir la ruta de liberación y unidad que éste les trazara. Un fenómeno de democracia esencial, que no está en los manuales de la teoría liberal, pero que se asienta en las vetas más luminosas de la conciencia histórica colectiva.

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