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El Telégrafo

Los dilemas del liberalismo

28 de enero de 2012 - 00:00

En medio de reflexiones y actos que recuerdan la “Hoguera Bárbara” del 28 de enero de 1912, es necesario llamar a profundizar los debates, las investigaciones respecto a la historia alfarista. Y esto porque los festejos pueden tener tanto elementos positivos, rememorando las transformaciones, como efectos de ocultamiento, no necesariamente de manera intencional, sino por la lucha por la historia.

Es que todo proceso de transformación social, sea o no socialista, exige estar enganchado a los momentos clave de la historia constitutiva de la nación. Y en el caso ecuatoriano debemos tener mucho cuidado con hacer de las gestas sociales-populares santificaciones y glorias, porque sería imitar lo que la burguesía hacendataria hizo y siempre lo intenta, pretendiendo controlar la historia oficial. Es claro que la historia como los momentos y hechos de inflexión en la lucha social, como la historia como ciencia, expresan dos maneras en la lectura de lo que ha sido un pueblo.

Entonces, es necesario fomentar lecturas críticas acerca de cada momento de los conflictos sociales. No se puede negar que con el alfarismo el Ecuador entra de lleno al mercado mundial, sin que eso signifique un cambio en la equidad social, ni nada por el estilo. Para muchos, el auge cacaotero permitió la racionalización de la estructura estatal, la cual ya había sentado sus bases con García Moreno. Ahora la entrada al mercado mundial no necesariamente significó un efecto, mecánico, de convertirnos en capitalistas, por el contrario, se profundizan las relaciones contradictorias regionales en busca de controlar el poder político central.

Y la separación entre Iglesia y Estado no fue una acción inmediata, la separación, incluso podemos decir, no ocurriría sino hasta años recientes. Se da la separación formal, sin embargo, la Iglesia católica, claramente, no cedió fácilmente sus privilegios hacendatarios y su tradicional control en la moral social. El liberalismo, como le corresponde, imprime una racionalidad capitalista en un país hacendatario dividido entre idearios unitaristas y federalistas. La lógica capitalista se impone -fue necesario que se imponga- para poner fin al sistema de hacienda. Pero la lógica perversa del capital en todas sus formas, hizo de Alfaro la víctima para el escarnio social.

Su muerte marcó el surgimiento de una izquierda liberal, que en momentos superó al liberalismo y al conservadurismo tradicional, pero esa izquierda no encontró su originalidad, sino que, encubierta en el discurso socialista o comunista, llegó a convivir con un sistema democrático representativo excluyente, como la perenne oposición. Convocar al ideario alfarista en nuestros días debe ser a partir de un Alfaro de carne y hueso, un ser histórico, que como presente nos indica que hay que superarlo, si no -y tenemos una larga historia- haremos de él un nuevo santo-héroe. Un peligroso culto que nos llevaría a la parálisis social.

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