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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Los colores de 'Coco'

12 de julio de 2018 - 00:00

Coco es una película animada producida por una importante empresa integrada a Disney, que combina sus propósitos de mercado y ganancia, con la industria creativa cultural, estética y emocional.

Coco se basa en la historia de un niño, transcurrida en dos lugares: en el México popular concreto y real, y en una gran metrópolis del siglo XX. El centro de la trama es una tradición mexicana del Día de los Muertos, basada, según la película, en la existencia de dos vidas y una muerte final: la vida terrenal transcurre en el México popular lleno de coloridas gallardetas, casas coloniales, calles empedradas inundadas por la música y los sonidos, cuyo elemento central es el ritual para recordar a los ancestros, mediante altares e imágenes fotográficas.

La segunda vida se encuentra en realidad en la dimensión de la muerte, presentada como un verdadero paraíso donde existen palacios de metal, controles estatales y jerarquías sociales. La tercera dimensión es la muerte total, que en realidad ocurre, no cuando se expira, sino cuando los descendientes olvidan a sus padres y dejan de colocar su fotografía en los altares o visitar los cementerios.

La película en cuanto a forma, es verdaderamente hermosa: La combinación de colores brillantes con la música popular mexicana, el habla, el fenotipo y la gestualidad, revelan el nivel de investigación previo que permitió al o los guionistas configurar el relato, trasmitir el sentido profundo de la cultura mexicana, conmover al espectador y, por supuesto, identificarse plenamente con “Mama Coco”, la bisabuela del pequeño Miguelito Rivera.

Aunque en principio el nudo del drama tiene que ver con la ilusión prohibida del niño, quien quería ser artista y músico, en núcleo connotativo descansa en la cosmovisión sobre la muerte y una vida posterior, que está en las metrópolis y que será posible siempre que alguien te recuerde mediante el ritual de la fotografía.

Aunque Coco fue hecha magistralmente para ser vendida, en el afán de abarcar nuevos públicos, terminó rescatando una de las tradiciones culturales más complejas de nuestra América. A Coco hay que verla, pero en la clave de la primera vida, la que transcurre en los pueblos de México, puesto que el mundo de los muertos recreado en el filme está muy lejos de la esencia de ese país, cuyos difuntos no tenían ningún paraíso que se pareciera a Nueva York.

Sin embargo, en ese lugar de magia, color y calaveras bellas, está el otro personaje especial, Xolo, el guía espiritual y perro de Moctezuma. (O)

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