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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Los becarios de Alfaro

23 de agosto de 2014 - 00:00

A inicios del siglo XIX, el viajero alemán Alexander von Humboldt llegó a un territorio que aún no se llamaba Ecuador. Su aguda inteligencia lo llevó a una conclusión paradojal: es un pueblo que se alegra con música triste y vive sentado en una mira de oro, pero no lo sabe, dijo, después de maravillarse con el locro.

Habría que esperar varias décadas para que el país entrara en lo que se llamó el auge cacaotero aunque, como cuando se sigue el destino de un producto, a costa de mucha inequidad. En el primer cuarto del siglo XX, la ‘pepa de oro’, como se la llamaba, produjo alianzas y desencuentros, donde los poderosos ‘Gran Cacao’ construyeron en Vinces, en la provincia fluminense, una réplica de la torre Eiffel, de un París que añoraban y donde derrocharon sus fortunas. Sin contar que tenían, entre dos familias, haciendas del tamaño de la actual provincia de Los Ríos, ni que el dinero se emitía en sus propios bancos. Para despecho de los banqueros, el 9 de julio de 1929 llegó la Revolución Juliana y, después, con la llegada del presidente Isidro Ayora, se institucionalizó el país. Al fin, había un Banco Central del Ecuador.

Ayora, quien de joven partió durante cuatro años a Alemania, había sido uno de los seis becarios del gobierno liberal de Eloy Alfaro y no tuvo inconvenientes en recibir asesoría de la misión Kemmerer, que también estuvo por Colombia. Pero el cacao, como toda materia prima que no se industrializa, fue cediendo a otras geografías.

Como había sucedido con el caucho, en la antes poderosa Manaos, en Brasil, los productores de cacao no lograron crear fábricas de chocolate (como sí lo hicieron los suizos) y, poco a poco, otros mercados se abrieron debilitando al país, además sumido -como todo el orbe- en la recesión y en la locura de la Segunda Guerra Mundial.

Pero el Ecuador, como siempre, intentó salir con nuevo producto: el banano, originario de Asia. Se dice que un gobierno progresista -así como hicieron los ingleses con el caucho y llevaron sus semillas a Indochina- envió a una pequeña delegación a África para traer variedades que fueron plantadas desde la década del 40, del siglo XX. Como sea, para la década del 50 ocurrió una serie de plagas y huracanes en Centroamérica, donde se plantaba la fruta, que benefició al mercado ecuatoriano. El Ecuador, como había sucedido antes con el cacao, se convirtió en el primer productor mundial de la fruta. La historia otra vez se repetiría: únicamente materia prima, sin industrialización.

Precisamente esa búsqueda de cambiar de materia prima a una con valor agregado -vía conocimiento- es una de las claves para entender el concepto de la matriz productiva. A diferencia de los seis becarios que tuvo la Revolución Liberal, ahora hay más de 8.000 jóvenes ecuatorianos que se preparan en el exterior. Y no solo eso, acá en el ámbito nacional las universidades que se crean contribuirán a transformar sustancialmente al país que conocemos. Porque el cambio de la matriz productiva también implica una apuesta por la matriz cultural. Porque el verdadero tesoro está en el conocimiento.

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