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El Telégrafo

Los amantes de la Luna

18 de junio de 2011 - 00:00

Corría el siglo XVIII en el país de los samuráis y de las geishas. Los poetas pensaban en las estaciones y escribían esas mínimas joyas llamadas haikus. Mukai Kyorai caminaba a su sitio habitual de contemplación. De repente, un poco antes de llegar, divisa la montaña y descubre que alguien ha ocupado su lugar. Escribe: Cima de la peña: / allí hay otro huésped / de la luna.

Atareado en su biblioteca, que parece el laberinto del Minotauro, un poeta ciego llamado Borges trama una literatura que nos cuenta las cinco o seis metáforas del mundo, pero en un idioma de nuestro tiempo. Está a mediados del siglo XX pero puede ser contemporáneo de Homero. Escribe: Alto en la cumbre / todo el jardín es luna, / luna de oro. / Más precioso es el roce / de tu boca en la sombra.

Un poeta menor de antología piensa en las grandes batallas de los antiguos tiempos, en Alejandro –quien tenía La Ilíada bajo la almohada- o la defensa inútil de un Imperio. Piensa que los versos de Dante, quien miró una sola vez a Beatriz, perduran en el tiempo. Escribe: Un poeta sueña en su amada / bajo la luna nómada. / Ese instante es más eterno / que el resplandor de miles de espadas / en el campo de batalla.

Nótese que en estos tres versos el vaso comunicante es la luna, ese “espejo del tiempo”, como decían los persas. Nos imaginamos a los poetas como los amantes de la luna.

En estos días acaban de reunirse los poetas convocados por el III Encuentro Internacional de Poetas Ecuador 2011 Poesía en Paralelo 0, merced al compromiso con la palabra de Xavier Oquendo Troncoso y generosas voces que le acompañan.

Roy Sigüenza dice: Iré, qué importa, / caballo sea la noche. Margarita Laso exclama: Mañana me iré / y tú pasarás tu mano sobre el lomo / llorado de este caballo de madera. Alfredo Pérez Alencart interroga: ¿Cómo cicatrizarían, si yo no pisara su suelo, / las imperiosas travesías de aquellos ancestros míos / que no volvieron aquí. Juan Felipe Robledo increpa: No habrá cajas funerarias que entorpezcan la tarde. Vicente Valero, con voz pausada, deja que las palabras se arremolinen en el aire: Somos también el trueno y los relámpagos / los ojos asustados / del animal que corre a su refugio. Es el momento para la voz de Aníbal Fernando Bonilla: El amor / baile macabro / en un nido con espejos. Y aún Rubén Astudillo y Astudillo canta: Aquí nosotros Patria: / los que estamos buscando los signos / de tu rostro en el barro y la piedra… / Nosotros los amargos. Los ignorados y últimos.

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