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El Telégrafo

Londres 2012

03 de agosto de 2012 - 00:00

La Gran Bretaña ha mostrado a todo el orbe cómo se pueden estirar las cuentas nacionales  y también las externas para organizar y presentar el espectáculo olímpico que se está efectuando en Londres, tan distinto y discordante de aquellos que se llevaban a cabo en la antigua Grecia, pero importante por su acercamiento a la contemporaneidad de un mundo en crisis económica y ética.

La vieja Albión forcejeó por años para solventar ser asiento y base de la tercera Olimpiada en su suelo, que le permitiera marcar con soberbia  sus horas de gloria de la revolución industrial y las de la conquista coloniales, que tuvieron sus antecedentes en el nacimiento del imperio del siglo XVI, vencedor, frente a sus costas, de la armada invencible en la batalla naval  de julio de 1588.

El evento deportivo de envergadura mundial que comentamos, y en su propio ámbito, está escribiendo los sucesos en que se combinan las angustias y tribulaciones de los derrotados, y el oropel y los laureles del triunfo de unos pocos escogidos. Se sustenta, por tanto, una suerte de orgullo nacional en los vencedores y también, ¿por qué no decirlo?, quebrantos en la recta del optimismo y más bien sentimientos de desasosiego y frustración  de la mayoría de los atletas.

En este contexto espiritual, físico y social del acontecimiento olímpico hay que definitivamente distinguir las ayudas tecnológicas que las naciones más ricas prestan a sus deportistas, más allá de las inversiones en infraestructura y formación para su ejercicio eficaz y eficiente y que muchas veces hacen la diferencia, con sus probables contrincantes de Estados pobres y subdesarrollados.

Seguramente un participante ateniense o espartano de las remotas competencias griegas jamás podría compararse en el desafío del  tiro de flecha con arco con los actuales cultores de esta modalidad deportiva, donde la ballesta con la que se compite parece un ordenador electrónico. Y qué decir de las fibras especiales que se utilizan para  la vestimenta de los nadadores y clavadistas, en enfrentamientos donde las  décimas de segundo cuentan; y las bicicletas que son elaboradas de materiales secretos; y hasta los zapatos son hijos  de la victoria. Y entonces, el esfuerzo personal, la decisión y el espíritu humano cede posiciones y el ideal de Olimpia de “Más alto. Más fuerte. Más rápido” se transfiere a “Más dinero. Más tecnología. Más publicidad”.

Millones de personas siguen las diferentes pruebas por medios audiovisuales en los pertinentes escenarios londinenses, en nuestra patria se transmiten por un canal de televisión abierta algunos de los hechos que se suscitan, entre ellos la actuación muy decorosa de nuestros compatriotas y nos acercan en alguna medida a esa realidad del deporte.

Sin embargo, hay que reclcarlo, la “emisión oral” de quienes “conducen” el espacio es francamente deplorable, los “comunicadores”, a más de saquear el idioma, trastocar la geografía e ignorar la historia, se dejan llevar por esas deidades  fascinadoras que son la improvisación y el desconocimiento.

Algunas de las gemas vertidas en algunas de las interminables discusiones a las que somos sometidos noche a noche y más propias de la decadencia de Bizancio, las transcribo a continuación: El río Támesis lo mencionaban como el “Temesi”, a los nativos de Grecia se los llamaba “grecos” y a los belgas se los definía como “bélgicos”, a la República de Kazajistán la ubicaron como parte de Europa; mas sus reflexiones más sesudas fueron apuntadas -sin confirmación responsable alguna- a comentar la falacia tantas veces desmentida de que el presidente Correa había pedido desfilar junto a la delegación ecuatoriana, en la inauguración de la Olimpiada. En eso se alinearon como “lelos fatuos” junto al “pasmado” que escribió sobre los mismos asuntos en un periódico de Guayaquil.

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