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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Lo que natura no da...

07 de julio de 2016 - 00:00

Corrían los tiempos de los reyes y del oro. Reyes desposados entre primos que eran más feos que los cuadros de Goya. Reyes que, años más tarde, seguían siendo primos, en Inglaterra, Rusia y Alemania, cuando cimentaron sus imperios. Podría decirse que la Primera Guerra Mundial fue, y no es literal, una disputa familiar.

Uno de esos reyes era de España. Tenía la intención de que el príncipe fuera más brillante que Alonso X de Castilla, quien propició a los Traductores de Toledo -intelectuales latinos, hebreos e islámicos- allá por el siglo XIII. Porque también hay reyes inteligentes, ¡pardiez!

Pero era inicios del siglo XX y uno de estos reyes estaba empeñado en educar a su vástago. Eligió lo mejor: la Universidad de Salamanca. Estaba de rector Miguel de Unamuno, hijo de un confitero. El príncipe tenía poco talento, por decir lo menos. Unamuno lo recibió y en un mes lo envío de regreso con una carta de una sola frase: Lo que natura no da, Salamanca no presta (la frase latina es Quod natura non dat, Salmantica non præstat). Es tan prestigioso este centro del saber, creado en 1218, que a lo largo de los siglos ha tenido alumnos como Fray Luis de León, Fernando de Rojas, San Juan de la Cruz, Antonio Nebrija, Mateo Alemán, Luis de Góngora, Calderón de la Barca y también al descarriado Hernán Cortés.

Aunque la anécdota de Unamuno puede ser apócrifa, me contaba mi padre como una manera de explicarme de que no necesariamente, con todo el oro del mundo, se puede acceder al saber. Pero en este artículo no desperdiciaré en quienes insultan a la formación académica y se arrodillan ante Mammón. Prefiero hablar del conocimiento, es decir de Alvin Toffler, quien murió la semana pasada y nos dejó -desde su visión de futurólogo y defensor de su sistema- las claves para entender esta época.

En el libro El shock del futuro explica que existen tres tipos de sociedades: agrarias, industriales y del conocimiento. La nuestra, exportadora de materias primas como banano y cacao (donde sus élites analfabetas y acomplejadas nunca hicieron un patacón de exportación ni pusieron fábricas de chocolate), sigue siendo esencialmente agraria, pero también apuesta por el conocimiento, donde la única posibilidad es la educación de calidad y libre acceso.

En La revolución de la riqueza podemos leer más detenidamente esa tríada: “Mientras el sistema de la primera ola se basaba principalmente en hacer crecer cosas y el segundo, en fabricar cosas, el sistema de riqueza de la tercera ola se basa más en servir, pensar, saber y experimentar”.

Francis Bacon decía que el conocimiento es poder, a lo que Toffler apostillaba que el conocimiento también es cambio. Algo imposible en el antiguo sistema universitario donde se podía ser ingeniero en dos semestres y en la comodidad de un garaje. No hay que ser ingenuos, a la universidad ecuatoriana le falta mucho recorrido, pero nada será posible sin cambiar el chip cultural. Este país requiere de urgencia otro software. Eloy Alfaro impulsó a 43 becarios, ahora son 24.000. Por ahí es el camino, sin olvidar a quienes también construyen conocimiento en el país. (O)

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