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El Telégrafo
Rodolfo Bueno

Liderazgo y vasallaje

25 de julio de 2017 - 00:00

El Ing. Mario Ruiz nos envió un estudio de la Universidad Harvard sobre el liderazgo humano. Se sostiene en dicho análisis que el problema consta de cinco fases: Los aliados del líder se percatan de que él no quiere ser cuestionado; los aliados hacen menos preguntas; el líder se rodea de seguidores que solo le alaban; el líder cae en cuenta de que para algo salga bien, lo debe hacer él mismo; el líder se siente sin apoyo, y sus partidarios, aunque todavía le escuchan, no se sienten parte del proyecto. No se sabe si la Universidad Harvard se da cuenta de que su estudio es aplicable al liderazgo de un país y sus aliados. Así, a partir de la II Guerra Mundial, EE.UU. se convirtió en abanderado del llamado mundo libre; sus seguidores, casi de inmediato, comprendieron que no podían cuestionar su liderazgo. Aceptaban su arrogancia, que le hacía creerse incuestionable, y si se quejaban lo hacían en voz baja porque les iba mal si lo hacían en voz alta. De esta manera, cuando De Gaulle sacó a Francia de la OTAN y pidió que le devuelvan el oro por los dólares de la reserva francesa, se produjeron una serie de atentados en su contra y, finalmente, fue arrojado del poder por un radicalismo que, sin saber, trabajó para salvaguardar los intereses de EE.UU. Luego viene la etapa en la que sus seguidores, al comprender que EE.UU. no acepta desafíos que pongan en entredicho su mandato, optan por hacer menos preguntas. Temen pasar por tontos, pues el país portaestandarte siempre da razones de peso que ponen en entredicho al que le cuestione. Como dice la Universidad Harvard: “En lugar de fomentar una disidencia saludable, el líder carismático comienza a rodearse de gente que a todo dice sí”. Estas dos etapas implican que sus asociados reconocen a EE.UU. como líder.

En la medida en que los gobiernos coligados expresan solo alabanzas y admiración por la potestad del país jefe, sobreviene una etapa negativa, en la que tanto elogio y acuerdo unánime dan exceso de confianza a su jefatura. En esta etapa EE.UU. crea su propia realidad y se resiste a aceptar cualquier evidencia de no ser dueño de la verdad; lo que conlleva una ratificación de su comportamiento autoritario.

Si el país líder no comprende la aberración de esta etapa, o la acepta sin hacer nada para detenerla, se ingresa al cuarto ciclo. Puesto que el dirigente siempre justifica sus actos y como lo que opina es lo único que realmente vale, los países amigos reducen su disposición de ser aliados y solo esperan órdenes de cumplir; son obsecuentes con las decisiones del país director. La toma de decisiones colectivas se vuelve formal, pues el trabajo en equipo es inexistente y los análisis, superfluos. En las reuniones para tomar decisiones conjuntas, todos esperan el momento cuando la cabeza anuncia lo que debe hacerse. Parafraseando a la Universidad Harvard, el país adalid se queja de esta situación: “Si quiero que algo se haga bien, necesito hacerlo yo mismo”. Como los seguidores comienzan a desilusionarse, este período termina con el aumento de la rotación de los partidarios. La quinta etapa se caracteriza porque los países aliados continúan las huellas del país conductor, pero ostensiblemente hacen solo lo necesario, con una disminución profunda en el entusiasmo y el espíritu. Todavía escuchan y cumplen las propuestas del país líder, pero se ha esfumado la pasión porque ya no se sienten parte del objetivo. Eventualmente, se despistan, se vuelven vasallos hipócritas. Lo que una vez fue una visión compartida y común, ahora es solo la quimera del país abanderado, que se cree desamparado; en cambio, sus seguidores se sienten alienados.

Aunque también hay una sexta fase, que la Universidad Harvard no ha tomado en cuenta, cuando los vasallos se revelan. Parecería que se está entrando en esta etapa. 

 

 

 

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