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El Telégrafo

Las cruces sobre el agua

17 de noviembre de 2011 - 00:00

El 15 de noviembre de 1922, hace ochenta y nueve años, ocurrió el primer baño de sangre del proletariado ecuatoriano, durante el gobierno de uno de los más insignes representantes de la plutocracia guayaquileña, José Luis Tamayo. Aquel día fueron arrojados a las turbias aguas del río Guayas, cientos de cadáveres de obreros asesinados con crueldad por el Ejército Nacional, cumpliendo una orden que el coronel Pedro Concha, cuñado del presidente Tamayo, trajo para el general Enrique Barriga, jefe de Zona de Guayaquil. Mientras se cometía dicha masacre, la burguesía guayaquileña también disparaba y aplaudía desde los balcones de sus casas.

Este terrible suceso coincidió con una crisis mundial del capitalismo, que repercutió sobre el producto de exportación más importante de esa época, el cacao.

Al día siguiente de esa tragedia, el poeta Francisco Delcasty dejó sentada su más enérgica protesta en este hermoso soneto: “El hambre va en desfile: macilentos los rostros sucios de la plebe pasan; son los héroes del pan que están hambrientos porque el pan en mendrugos se lo dan.

Los balcones se cierran: en espanto los lobos del sudor, en sus cubiles imploran el milagro de algún santo y rezan al Señor de los Fusiles. El hambre, en tanto, su canción arroja: un puño en alto, una bandera roja y un grito de humanal venganza. ¡Silban las balas su brutal respuesta! ¡Abrid, cristianos, el balcón! ¡Hay fiesta! ¡Mirad! ¡Ha comenzado la matanza!”.

La novela titulada: “Las cruces sobre el agua”, escrita por Joaquín Gallegos Lara y publicada en mayo de 1946, relata los hechos de la sublevación popular, centrándose en la vida de un panadero, Alfredo Baldeón Silva, personaje pujante y valiente que encarna la lucha del pueblo en contra de las infamias que día a día se cometen en su contra.

Desde el amor pícaro y travieso de la infancia hasta la toma de una conciencia social activa y responsable. Pocas semanas después de publicada esta brillante obra literaria, el 10 de julio de 1946, el presidente del Ecuador, Alfredo Baquerizo Moreno, remite una carta de felicitación a su autor, expresando: “No, no muere, no puede morir el espíritu de un pueblo; y si no muere el espíritu, tampoco morirá en él la esperanza; jamás será la última una esperanza suya; pues siempre, cuando menos renovada, alentará y moverá el alma, el espíritu de la multitud hecha pueblo”.

Quiero concluir recordando una frase célebre de Joaquín Gallegos Lara: “Cuando el sistema económico social característico de una clase dominante se descompone, se degrada a la vez su superestructura ideológica”.

Nadie debe olvidar lo sucedido aquel desgraciado día de barbarie en contra de la clase trabajadora ecuatoriana. Recuerden que un pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo. ¡Plutocracia, nunca más!

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