Aún recordamos la forzada campaña de los hijos de DP para el Congreso, la Alcaldía de Quito y la Presidencia de la República, con una verborrea, digo con un discurso acartonado, como quien dice verdades inmutables, todos vestidos con la misma parada, el mismo peinado, con gestos y alzadas de mano idénticas en la televisión y en la tarima. Jamil les resultó un alumno aprovechado para la demagogia, casi un tonto solemne anunciando sus armonías para argumentar sus propuestas reaccionarias y neoliberales.
Armonía con Fernando Azpiazu y más atracadores del fraude bancario; armonía con el FMI y sus tenebrosas cartas de intención; armonía con la oligarquía que a través del partido social y mal cristiano apoyó esa candidatura en las elecciones que virtualmente perdieron frente al “pingüino”, que luego revirtieron en el Tribunal Supremo Electoral controlado por los capos de la partidocracia corrupta.
Armonía con el imperio entregándole el sagrado territorio de Manta para que instale una base militar que reprima los asomos de dignidad y soberanía en nuestros pueblos, disfrazando su intervencionismo de una supuesta lucha contra el narcotráfico desde la capital mundial del consumo de drogas. Armonía con los expansionistas aupados por los países garantes para reducirnos a la mínima expresión territorial. En fin, armonía con los enemigos del pueblo y la nación, tanto que provocaron su justa indignación, que le botó del poder como a cualquier traidor.
Ese es el origen político del “care niño” que ejerció de Gobernador y súper ministro del régimen democratacristiano y, por lo tanto, partícipe en la toma de decisiones para el feriado y atraco bancario, como experto banquero, a tal punto que ahora muestra con timbre de orgullo su obra culminante, el “banco del barrio” como su mejor realización para apalancar su mensaje de eficiencia con el cuento de que el bienestar no tiene ideología. Si fuera así, ¿por qué no buscó el bienestar de las mayorías cuando integró el más nefasto gobierno de los hijos DP? Que salga al exterior a hacer campaña entre los dos millones de migrantes expulsados de su propia patria por el espantoso atraco bancario para ver cómo le va.
La cantaleta del “banco del barrio” no es más que un golpe publicitario para aumentar las utilidades de su banco, transfiriendo todo el riesgo a los ingenuos dueños de tiendas. Dice que Ecuador tiene catorce millones de emprendedores, pero esconde que las élites acaparadoras de los poderes fácticos, enemigas de la equidad y de la solidaridad, aún retienen más del 90% de la riqueza nacional. El entusiasta precandidato intenta camuflar su naturaleza capitalista, que prevalece precisamente por la negación de los derechos de las mayorías. De allí surge la injusta acumulación de plusvalía y más privilegios. Es el perfil del “care niño”, tratando de sorprender al pueblo con la única armonía de su irresistible apetito por el poder para seguir haciendo buenos negocios.
