En cada entrevista, la vicepresidenta María Fernanda Vicuña responde con una sobrecarga de lugares comunes y adjetivos superlativos. No deja de mencionar el “respeto irrestricto”. Mucha palabrería con poca sustancia.
Absolutamente, definitivamente, totalmente, fundamentalmente son las palabras preferidas por los revolucionarios. Pero ¿cuál es el riesgo en sus conceptos?
Sobre la situación de Venezuela, la vicepresidenta siempre contesta que el gobierno de Moreno respeta de forma irrestricta la autodeterminación del pueblo bolivariano. Nada dijo de la crisis sanitaria o alimentaria, del masivo desplazamiento humano, de la crisis migratoria, de la violencia interna, del exterminio de opositores, de los vínculos del régimen con el narcotráfico. No, todo lo tapa bajo la trillada autonomía de la que “disfruta” ese pueblo para vivir en la miseria.
En materia de relaciones internacionales, de acuerdos comerciales con otros países, de acuerdos políticos con actores internos o sobre la definición ideológica del régimen, abunda en florituras verbales para no decir nada. ¿Cuáles es riesgo de que personas con estos vacíos conceptuales ocupen estos cargos?
El ejercicio del poder es siempre eventual. Una enfermedad, una tragedia, la renuncia voluntaria o un golpe de Estado pueden anticipar el fin de un mandato presidencial. Aun temporalmente, para alguien como Vicuña, que no argumenta sobre ningún asunto público, es ininteligible gobernar. No quiero imaginar a alguien como ella, con esas opiniones sobre ideologías, sobre relaciones internacionales, sobre comercio exterior, sobre deuda pública, sobre partidos políticos o sobre sociología del poder, enfrentarse a la tarea de armar un gabinete de ministros, buscar apoyos legislativos y definir políticas públicas de un gobierno. Alguien así no debería estar tan cerca de la primera magistratura del Estado. ¿Cuál es la finalidad estratégica de que alguien como ella ocupe ese lugar? (O)
