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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

La última chirimoya de Eva

23 de mayo de 2015 - 00:00

En las provincias, en ese otro país, habitan personajes que deslumbran. Uno fue Guillermo Rosero Ponce, asiduo escritor de greguerías, esas mínimas joyas, esa suerte de aforismos agudos, que inmortalizó Ramón Gómez de la Serna cuando escribió: “Las serpientes son las corbatas de los árboles”. Aunque Rosero murió en Ibarra hace algunos años, aún no se sabe el destino de sus diez volúmenes que había escrito durante toda su vida, porque solo alcanzó a publicar uno.

Aquí algunos ejemplos: “Huye de la gloria que es una limosna”, “Cuando yo muera, no me lo vengan a contar” o “Un aerolito es una moneda que se le cayó a Dios por un bolsillo roto”. Para Rosero, la greguería era un pensamiento filosófico lleno de humorismo. Eso contaba en su casa que tenía 27 relojes con una particularidad: daban las horas a intervalos. “Es para no volverme loco”, solía decir, mientras se acomodaba el pañuelo de su impecable traje.

Descreía del humor flemático y apostaba por la chanza andina. Por eso creía en el piropo, que fue su iniciación. Cuando era joven, en una tarde caleña, “una ciudad donde hay que buscar a una fea con palo de romero”, se enfrentó a una mujer: “Señorita, usted tiene los ojos más grandes que los pies”. Fue comprendido y se sentó a hilar más lisonjas.

Siempre se movía entre la ironía, el humor y una chispa que aventaba palabras. Cuando esto sucedía sus ojos se empequeñecían más (por algo le decían Chino Rosero): “El silencio de los tontos, es un gran alboroto”, decía al recordar una reunión lejana. Sus inicios fueron ese mismo año del piropo, 1962.

“Todo es fenomenología”, le gustaba sentenciar mientras miraba su colección de monedas, pegadas en la pared, al lado de la fila de libros. Después señalaba que Dios es una creación individual, y que por eso cada uno debe procurarse su propia salvación, pero al estilo de: “Una vez toqué a Dios y me quemé los dedos”.

Y eran los temas bíblicos los que prefería: “Adán fue el único hombre que no tuvo suegra”, “Si la chirimoya es más sabrosa, ¿por qué Adán prefirió la manzana?”, “¿Qué sucedería si se descubriera que fue Adán el que ofreció la manzana a Eva?”, “¿Entre Eva y la serpiente hubo el primer adulterio?”, “Entre Adán, Eva y la serpiente, la serpiente no perdió la libertad”, “Lo primero que Eva se tapó fue los ojos. Adán se tapó los oídos”, “Sin la manzana... pobre Eva”, “Adán fue sietemesino”, “Era un hombre más estúpido que Adán”, “Adán fue la primera máquina de propulsión a chorro”, “Cuando tosió Adán salió Eva; entonces perdió una costilla que le salió demasiado cara”, “Adán fue un estúpido, prefirió morder la manzana y despreciar el seno”, “Por simple coincidencia, Adán besó a Eva un 1 de Mayo”, “Adán fue el inventor de los confites en bolsa”.

Como muchos de estos personajes, que han realizado rupturas en el canon literario (tan modosito en las provincias), nunca fue comprendido. Entonces, se espera que la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo de Imbabura, acoja sus textos, como ya lo hizo con ese otro irreverente: Huilo Ruales Hualca: “Una vez que tuvo la certeza de lo inevitable de su muerte, se mató”. (O)

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