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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La triste e increíble historia de Barrett Brown

04 de diciembre de 2015 - 00:00

La historia de Barrett Brown es la historia que no vas a escuchar. Es la historia del Estado como custodio de las metaestructuras de poder, del modelo hegemónico, utilizando la invisibilización y el olvido. Brown fue de los primeros periodistas en cubrir las actividades de Anonymous. A inicios de 2010, cuando Anonymous realizó su primer ataque contra un gobierno (Australia), Brown escribió sobre el hackeo y la “inevitable caída del estado-nación”. Fundó también Project PM, una especie de repositorio de documentos filtrados, desde donde se ordenaba la información y Brown la revisaba para encontrar datos relevantes. A finales de 2010, con las protestas en Túnez, Brown comenzó a difundir notas de prensa de Anonymous y a escribir manuales para prevenir ciberespionaje por parte del Gobierno. Lo convirtió en la imagen de una organización sin líderes ni caras. Lo convirtió también en un objetivo de FBI.

Cuando el FBI inició su operación para irrumpir y desarticular a Anonymous, esta se desvinculó de Brown debido, en parte, a ciertas diferencias en el camino que estaba tomando la organización. Siguió, sin embargo, investigando el proceso y los documentos filtrados, y reportando las actividades de Anonymous. Cuando Anonymous decidió ir por una empresa de inteligencia privada, Stratfor, Brown fue de los primeros en anunciarlos en Twitter. También fue el primero en “copiar y pegar” el link que Anonymous publicó con los archivos hackeados de Stratfor, y desde Project PM inició la investigación de los documentos. Poco sabía que los archivos contenían también una resma de información de tarjetas de crédito de suscriptores de Stratfor.

Brown fue acusado de posesión de documentos robados y encubridor por el Departamento de Justicia de Estados Unidos. Si Brown hubiera hecho lo mismo con fuentes análogas, hubiera estado protegido como periodista. Pero en los detalles está el diablo, y el Departamento de Justicia (DOJ) está en los detalles. El FBI quería que coopere, pero se negó. Fue entonces que acusaron a su madre como cómplice. Brown enloqueció (padecía ya de depresiones y era un adicto en recuperación) y publicó un video en línea identificando a uno de los agentes del FBI que acusaron a su madre, y pidiendo que publiquen su información privada en retaliación.

Brown fue apresado por amenazar a un agente federal. Pero una vez en la cárcel, el DOJ puso la maquinaria a trabajar, y Brown se enfrentaba a 105 años de presión y millones de dólares en compensación. Más que un asesino. Más que un ladrón de bancos. Más que un banquero ladrón. Más -y aquí la ironía- que las empresas de inteligencia que estaban investigando ilegalmente a personas.

Ya en la cárcel su procesión ha sido otra. Despojo de privilegios, aumento en la seguridad de las cárceles (a un periodista con un lápiz y un papel), y una gran deuda que le espera afuera (en 63 meses, el tiempo al que finalmente fue sentenciado).

El precedente que se sienta es terrible. Es terrible para el periodismo y terrible para la democracia. Es el precedente donde lo que se puede investigar estará limitado por la conveniencia del Estado. El precedente de que el Estado utilizará toda la maquinaria a su disposición para callar esas voces y amedrentar a las que vengan. Y el precedente de que el Estado, que lo es todo, usa el proceso democrático y legal para callar cualquier acción que lo desafíe. Es decir, hay democracia, hay libertad de expresión, siempre y cuando caigan dentro de un campo cómodo para el Estado. Una epistemología que no se ha perdido en idea detrás de nuestro propio Senain. (O)

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