Entre las decadencias que caracterizan al mundo occidental, sin duda, está la de la comunicación corporativa, brutalmente oligopólica, centrada en el enriquecimiento no de contenidos, ni de valores, sino en el de sus accionistas que esperan altos rendimientos, sin importarles lesionar toda forma de democracia o pronunciamiento social, popular. Basta observar lo que pasa en los llamados países desarrollados, donde las corporaciones mediáticas dictan las reglas de juego del espectáculo electoral, sus candidatos y el show de la moralidad burguesa en todas sus formas.
Y sin duda, toda la cascada de efectos que recaen en sociedades mediáticas subdesarrolladas, donde la imitación, la baja calidad de contenidos, la despersonalización, la banalidad y vandalismo noticioso se han enquistado como juez y parte del quehacer social. Como nunca antes la comunicación en manos privadas, oligopólicas, priva a los ciudadanos de ejercer su ciudadanía, de ser ciudadanos, de deberse al país, a cambio de una industria cultural importada donde matar, asesinar de todas las formas posibles es sinónimo de virtud, diferencia y fortaleza social, casi, la norma de ser reconocido y admirado.
Por eso es necesario que no se vuelva a vulnerar las otras formas y modos de comunicación, con pretensiones de eliminar la Ley de Comunicación: claro que requiere reformas, sin duda, pero ceder a su eliminación, simplemente, sería regresar a la comunicación que regían los banqueros y hacendados. Ecuador, como América Latina, está en una nueva encrucijada en la disputa por la comunicación. El neoliberalismo invisibilizó a la comunicación popular, comunitaria. Estas fueron centro de resistencia contra la barbarie neoliberal.
Las grandes urbes padecieron de la desinformación, porque fueron educadas a ver y oír, solo, a los grandes medios que, así como los bancos y los banqueros quebraron al país, estos medios quebraron a la opinión pública, la privatizaron, fueron socios de la partidocracia, ese régimen institucionalizado de grupos corporativos que se repartieron los “poderes” del Estado.
Hoy necesitamos mejor periodismo de investigación, medios públicos y comunitarios, porque la revuelta mediática privada se prepara para su revancha política en 2019. (O)
